Despierto en medio de la oscuridad más profunda que jamás he visto. El uniforme de la Escuela de Preparatoria Miyami se adhiere a una piel que denota haber sudado hace unas horas. Todo está borroso en los primeros instantes, luego gana un poco de claridad, no demasiada.

La habitación es amplia, tanto como un aula de tercer curso. Intento recordar que hago allí, intento atisbar en medio de mis pensamientos el porqué de que me encuentre en medio de la noche más misteriosa de mi vida. La luna llena penetra a través de una de las tres ventanas, la única luz en medio de mi pesadilla. Cada silla y pupitre están perfectamente colocados. La grulla de papel colgada en la esquina de la cuarta mesa, en la tercera fila, me indica que en el pasado estudié allí.

—Me llamo Yuki Hayashi, y alguna vez fui delegada de la Clase B.

No tengo miedo pues aún no he encontrado la razón para tenerlo. Me incorporo sin miramientos y sacudo mi melena azul, suave y lisa para demostrar seguridad. No lo hago por nada en especial, es algo que me hace sentir superior, es algo que me dice que todo va a estar bien.

El viento resuena trayendo susurros inentendibles desde el otro lado del cristal. Camino, con los tabis blancos deslizándose por la superficie del suelo. No hay nada de utilidad allí donde alcanza mi vista, mi única opción es salir del aula. El pasillo se muestra frente a mí embriagado de sensaciones que creía olvidadas. Los cristales han sido opacados por pintura negra, allí la luna no me sirve de ayuda. De pronto escucho el sonido de unas cadenas, algo se mueve en el interior de las sombras… sabe que estoy ahí.

Mis piernas empiezan a temblar mientras mis ojos se abren, casi a punto de estallar, deseando que todo eso no sea real. Soy inocente al pensar que me esperaría una fiesta conmemorativa por mi duro trabajo como delegada. Soy estúpida al creer que saldría con vida de todo aquello.

El estruendo de las cadenas se acerca a mí mientras el terror me abraza desde lo más profundo de mi ser. Algo me impulsa a dar un paso hacia atrás, una fuerza que me obliga a deslizar la puerta corredera cerrando con pestillo el aula de la Clase B. No sé qué es, no sé quién es, pero gracias a él sigo con vida.

Mis labios emiten un grito que ensordece el susurro del viento. Una mano ensangrentada se desliza por el cristal traslúcido de la puerta, una desconocida silueta intenta llegar a mí.

En aquellos momentos no puedo pensar en otra cosa que no sea la muerte de mi madre, han pasado cuatro años y aún sigo echándola de menos. Su sonrisa, su mirada casi olvidada, su rostro ahora inmóvil…

—Mamá… ayúdame… Sayaka…

Por más que lo repita mi madre no vendrá a buscarme, por más que diga su nombre soy la única capaz de salir de esta. La luz blanca de la luna se funde en un rojo intenso, me apresuro a mirar por la ventana intentando buscar una forma de escapar de allí. El fuego mana del jardín del Miyami, los árboles de cerezo han sido calcinados bajo un incendio provocado. No hay pétalos que puedan escapar del infierno, no hay nadie que pueda sacarme de allí.

La nieve es suave y hermosa. Su tacto es delicado y frágil—susurro las palabras que mi madre me dijo en su lecho de muerte—. Un copo de nieve puede traer consigo el mejor de los momentos o la peor de las tormentas. Un copo de nieve puede desaparecer con tan solo una pizca de calor. No dejes que el calor te haga desaparecer, Yuki.

Mi rostro se desencaja al pensar que alguien quiere hacerme desaparecer. El suave reflejo del cristal muestra una Hayashi que no conozco. Estoy llorando, soy débil y no hay nada que pueda hacer para escapar de mi prisión. Me esforcé por la Clase B durante todo el año, di todo de mí por nuestros logros y es ahora el aula el que será mi tumba. Furiosa tomo una silla para golpear la ventana y llenarlo todo de cristales. Mi camisa queda rasgada, incluso algunas partes de mi piel. Observo la altura decidida a escapar, sabiendo que saltar desde trescientos metros me dará una muerte más rápida.

No dejes que el calor te haga desaparecer, Yuki—repito al recordarme huyendo del monstruo que devoró a mi padre tras la muerte de Sayaka.

Es en ese momento en el que tomo el cristal más largo y puntiagudo y decido escapar de mi prisión. La sangre brota de mi mano, no me importa si con un poco de sufrimiento puedo volver a ver el mañana. Deslizo la puerta y descubro a Jin Kanata, uno de mis compañeros, cubierto por cadenas y con la piel llena de quemaduras. No parece humano, de hecho, parece querer morderme. Cierro los ojos y deslizo el cristal por la superficie de su cuello.La sangre tiñe el suelo oscuro del pasillo, no tengo miedo, ya no.

Avanzo, decidida a escapar de la enfermedad a la que han sucumbido el resto de mis compañeros. Desciendo por las escaleras llevándome conmigo a las hermanas Amane. Recorro el pasillo del tercer piso consiguiendo deshacerme del ataque de la guapa de Izumi. Me limito a no escuchar sus gritos de dolor o sus voces diciendo que me quieren devorar, que quieren mi cerebro. El equipo de baseball de Yoshikawa intenta atraparme a la vuelta de la esquina, detrás de la máquina de chocolatinas. El cristal consigue salvarme antes de verse sustituido por un bate de madera tallada con el lema de mi clase: Compañeros hasta en los partidos perdidos. Shiraoka intenta morderme abalanzándose a mí desde la puerta de la biblioteca, en la segunda planta, mi arma es suficientemente útil como para aplastar su cráneo contra el extintor, vacío, de incendios.

La primera planta está calcinada por el incendio, por suerte el sistema anti incendios ha conseguido apagar las llamas más peligrosas hasta tal punto que yo pueda caminar a través de ellas. Nimura, el hijo del conserje, me facilita la mejora de mi arma antes de que esta atraviese su pecho. Varios clavos puntiagudos y oxidados son excelentes para sacarme de allí con vida. Tengo miedo, estoy aterrada, pero no voy a dejar que ninguna pizca de calor apague mi nieve. La campeona de tenis, Mori, lo intenta, pero consigo huir antes de que una viga del techo se desplome sobre ella. Tengo que salir de allí, la supervivencia ya no depende de las armas, si no de la estabilidad del Miyami.

Las sirenas de los bomberos y la ambulancia me avisan de que solo tengo que avanzar un poco más. Unos peldaños más hacia la planta calle y podré respirar aire fresco para limpiar mis pulmones del azufre y la ceniza. Harada y Fushimoto me tiran al suelo y me desarman, sus cuerpos están destrozados por la enfermedad que los asola. Sus uñas se clavan en mi piel justo antes de recorrer las taquillas de la entrada y cruzar las puertas que me regalarían mi libertad. Entonces escucho sus palabras, antes de que pueda darme cuenta descubro la realidad de mi prisión.

Asesina.

Grito mientras mis lágrimas salen disparadas desde mis ojos. No puedo seguir allí, no puedo ver como los míos me intentan llevar a su mismo destino. Un paraguas me basta para protegerme de los zombis, un paraguas que tiñe su punta de sangre y vísceras. Cojo mi bolso de la taquilla que se mantiene abierta. Me apresuro desesperada por salir de allí, me lanzo a los brazos de uno de los bomberos que aguardan mi salida.

—Tranquila, todo está bien—me tranquiliza.

En la ambulancia me dan agua y me tapan con una manta. Las voces de los transeúntes traen rumores de algo que jamás sucedió. Los bomberos entran, los auxiliares corren a buscar algún superviviente más. Mis dedos se deslizan en el interior del bolso y aprietan un pulsador. La Escuela de Preparatoria Miyami explota en llamas atrayendo los gritos de los espectadores de una obra maestra, un sistema de explosivos que yo misma elaboré…

Es en ese preciso instante en el que recuerdo, lo recuerdo todo. Cada zancadilla, cada broma, cada robo, cada insulto, cada golpe, cada caída, cada puerta cerrada, cada rechazo, cada amigo perdido, cada lema traicionado, cada rostro, cada apellido, cada muerte.

“Nunca más dirán que soy la hija de un psicópata. Nadie más hablará de la niña que vio como su padre mataba a su madre por celos. Ellos ya han sido castigados.”

—Yuki Hayashi, Delegada de la Clase B.

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