Desayuno con vistas
Aquella mañana, los rayos del sol se colaban tímidamente por las enormes ventanas de la casa. Las vistas eran un cuadro perfecto: colinas verdes, un cielo despejado y el aroma fresco de la mañana que parecía invitarnos a quedarnos allí para siempre. Era nuestro primer desayuno juntos en aquel rincón maravilloso, un momento que marcaba el inicio de una pequeña aventura.
Sobre la mesa, sencilla pero acogedora, había todo lo necesario: café humeante, jugo recién exprimido, pan recién horneado y frutas que parecían sacadas de una pintura. Estábamos juntos, en paz, con el mundo entero esperándonos, pero al mismo tiempo sin prisa alguna por salir de esa burbuja que habíamos creado.
Tú, mi Pitufa, llevabas puesta una camisa que te quedaba grande, probablemente mía, y una sonrisa que iluminaba más que el propio sol. Yo no podía dejar de mirarte, embelesado por la manera en que el simple acto de desayunar contigo podía hacerme sentir que lo tenía todo. Hablábamos de todo y de nada al mismo tiempo: los planes para el día, lo hermoso de aquel lugar y lo afortunados que éramos por estar juntos.
Guadalajara, Madrid, nos acogió durante tres días como si nos hubiera estado esperando. Recorrimos sus calles, exploramos sus rincones y nos perdimos entre su historia y modernidad. Caminamos de la mano por el casco antiguo, probamos platos que nunca antes habíamos comido y nos reímos hasta que nos dolió el estómago. Pero por encima de todo, disfrutamos el simple hecho de estar juntos, de ser nosotros en ese pequeño paréntesis de la vida cotidiana.
Recuerdo el momento exacto en que decidimos nuestro siguiente destino. Estábamos en un mirador, justo cuando el sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas. Miraste al horizonte y dijiste, con esa chispa en los ojos que siempre me enamora: «Vamos a un lugar aún más mágico». No dijiste más, y yo, como siempre, seguí tus pasos sin dudarlo, porque sabía que donde quiera que estuviéramos juntos sería el lugar perfecto.
Así fue como aquel desayuno en una casa con vistas increíbles no solo marcó el comienzo de nuestra estancia en Guadalajara, sino también el inicio de un viaje aún más especial: el que nos lleva siempre hacia lo desconocido, pero juntos.
Porque contigo, mi Pitufa, cada destino es un hogar y cada día es una historia digna de ser contada.
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