El maldito juego de herir y curar con canciones

El maldito juego de herir y curar con canciones

René Moya

27/11/2024

¿Será que el afán de joder al otro está tatuado en el alma de algunos? Una forma retorcida de sentir poder, de marcar territorio emocional, como un perro que orina donde le place.

Te dicen palabras que raspan el corazón, te miran con ojos llenos de desprecio disfrazado de “sinceridad”, y luego, como si fueran santos caídos del cielo, te dedican una canción en redes.

Qué ironía, ¿no? Un pinche hit romántico que pretende borrar el daño hecho con frases cortas y un ritmo pegajoso. ¿De verdad creen que eso sirve? No es magia, cabrón, no es un reset emocional.

La neta, hay algo enfermo en ese ciclo. En herir para luego curar. Como si la culpa que los carcome les diera un placer retorcido, una calma momentánea que apaga su incendio interno.

Me pregunto qué putas pasa en sus cerebros cuando lo hacen. Tal vez dopamina, tal vez oxitocina, pero lo que es seguro es que no es amor. Es egoísmo, puro y duro.

Y no me vengas con “es que no lo hago a propósito”. ¡Chingados! Claro que lo haces a propósito. Sabes lo que duele, lo que quiebra, lo que te da el poder por un instante.

Y luego, cuando el vacío te escupe de vuelta a tu miseria, intentas reparar el desastre con un pedazo de música. Como si el pinche algoritmo de Spotify fuera la solución a tus cagadas.

¿Notas algo? Las canciones no son para ti. Son para ellos. Para sentirse menos hijos de puta. Para calmar su conciencia, no tu dolor. Porque si realmente les importaras, no habrían lanzado esas palabras filosas como balas al pecho.

Y aquí estoy yo, tratando de entender por qué sigo en este juego. ¿Será porque en el fondo aún espero que algún día cambien? Qué jodida esperanza más inútil. Pero ahí está, latiendo como un maldito recordatorio de que soy tan humano como ellos.

Tal vez la solución no es intentar descifrar el proceso químico que los hace actuar así, sino entender el que me mantiene atado a este ciclo. Porque, en el fondo, el único estado que importa no es el de sus redes sociales. Es el mío.

A veces, decir las cosas como son duele más que adornarlas. Pero al menos, es un dolor que sana.

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