La Humanidad Prohibida: Capítulo 2 – La caída.

La Humanidad Prohibida: Capítulo 2 – La caída.

Roman López

21/11/2024

El Mito-La Caída

Dios Ántico

Viajaba entre las estrellas el joven dios, atendiendo los asuntos celestiales, aquellos que le encomendaban sus superiores. Combatía los males, protegía a los desvalidos, exaltaba a los héroes, y apuntalaba los desequilibrios siderales. Así transcurría su trabajosa vida, entre espléndidos deberes, maravillosos viajes y gloriosas recompensas hasta que, en cierta ocasión, cuando sus ímpetus le dominaban, y la fuerza de las labores tiranizaba su sagrado ser, un desconocido cansancio se abatió sobre sus hombros, y distrayéndose por un momento, sintió un obscuro susurro, que le confundió, pero que al mismo tiempo le sedujo.

—Ven con nosotros dios Ántico, ven y construye aquí tu nuevo hogar.

Buscando la fuente de aquella extraña evocación, vio a lo lejos una hermosa estrella que dormía, y en su casa más apartada, un mundo acuoso y apagado, que le llamaba de forma silenciosa, pero irresistible. Muchas veces había pasado por esas rutas, pero aquella fue la primera vez que le advirtió, extrañado y lleno de curiosidad, bajó para descansar en ese mundo.

Pero como no halló donde apoyar sus vigorosos pies, hizo elevar las profundidades, formando la primera tierra emergida, donde pudo por fin descansar sus anchas espaldas. Más los ruidosos torrentes que desprendían las montañas, no le dejaron dormitar, por lo que de un salto abandonó aquella primera tierra, para con su poderoso brazo, hacer brotar muy lejos de allí, otro continente desde las entrañas del mar.

Todas las creaturas.

Posó el sagrado ser por fin sus pies en la segunda tierra, pero fue tanta la fuerza que utilizó para hacerla emerger que, rasgó los abismos haciendo surgir las incandescencias, llenándose los aires de desagradables humores. Entonces, insatisfecho de su efímero hogar, dio otro salto hacia las fosas para ahora con mediana fuerza, levantar en otro punto lejano a los anteriores, la tercera tierra emergida, que construyó, ni muy alta ni demasiado llana, y con un precioso mar interior, que le dio ánimo al poderoso para instalarse a vivir en sus litorales. Como pensó sería su verdadero y definitivo hogar, lo llamó su Gran Dominio pues era su reino primero, y así comenzó a cimentarlo y a dar vida en él a las creaturas grandes y pequeñas, y a los jardines y bosques, y a las aves que llenaban los cielos, llegando a llamarse a sí mismo, el gran constructor del Estrago.

Habiendo olvidado ya los asuntos que le pendían en su viaje original, y habiéndose aquietado su espíritu, aquel llamado le volvió a susurrar en sus celestiales oídos, pero ahora con un mensaje distinto, tan seductor, tan persuasivo, que no pudo dejar de obedecerle.

—Poderoso Ántico, hijo del cielo, escribe, escribe de tus saberes y de tus ciencias, aquellas que solo los principales conocen, escribe joven dios.

Entonces se aprestó sin pensarlo, a llevar a buen término esa nueva y prohibida misión, pero como hacerlo se preguntó, como efectuar dicha tarea sin que los vigilantes cielos se enteren, de qué forma, con que medios, qué plumas y qué tintas soportarían el ir y venir de su vigorosa mano. Pero nada le importó, ninguna proscripción, ningún celestial precepto le impedirían continuar con aquel enigmático mandato. Entonces bajó hasta el punto más austral del Gran Dominio, donde excavó con sus manos las inmensas grutas secretas, en las que se refugió, para no estar a la vista de los cielos. Extrajo de las entrañas de la tierra, los más ricos minerales, los que fraguó y endureció con sus manos, y con los que hizo cientos de miles de láminas, y en las que labró, durante decenios, todas las enseñanzas acerca de los principales, del origen de los mundos, de las estrellas, de las fuerzas internas y secretas, y de los estratos exteriores, y de todo conocimiento que, como divinidad debía poseer. Cuando por fin terminó su labor, no teniendo ya nada más por recordar, guardó ordenadamente sus escritos en las grutas, donde pensó, nadie podría encontrarlos jamás. Después de estos trabajos, repentinamente se desganó de todo aquel mundo y de la soledad. Entonces se alistó para elevarse de nuevo a los cielos y estuvo a punto de dejar el pequeño mundo, si no fuera porque desde el índigo, surgió por fuerza misteriosa, la señora del mar celeste, llamada Nectura, de una belleza que le cautivó, enamorándose de ella de forma inmediata. Ocurrió que los benévolos seres del mar entre tierras, no queriendo que el joven dios los dejara, dieron vida a la ninfa de sus sueños por la que el señor olvidó sus deseos de partir. Al sentir la imperiosa necesidad de desposarla preguntó deseoso a los mares, qué debía hacer para poseerla, estos respondieron.

—No será tuya, si no que ella será tu soberana, y para hacerla tu dueña, debes entregarle tus dones de plata como señal de tu entrega, pero estás advertido, si la abandonas, serás castigado de la peor forma.

Los Gúmaros.

Así lo hizo el divino, elaboró un emblema de mineral de plata, que extrajo desde las profundidades del suelo, y siendo testificado por uno de los espíritus, ofreció su regalo, el que fue aceptado inmediatamente por la diosa. Habiéndose consumado la unión, con la solicitada tuvo seis hijos, llamados los Gúmaros, palabra que en la lengua original significaba, hijos de la mar y de los cielos, pues fueron concebidos por ambas deidades. Los Gúmaros, habiendo ya alcanzado la adultez, y viendo que estaban solos, para ellos la diosa Nectura, hizo surgir del índigo a sus compañeras, para que las tomasen por esposas, y para que la gens del creador prevaleciera en el Gran Dominio. Todos sus hijos obedecieron entregando sus dones, menos el mayor, que rehusó tomar una consorte, y la celeste deidad que se le prometió, al sentirse despreciada, retornó humillada a su cuna. Los cinco que se sometieron, dieron origen a las cinco tribus famosas, patronas de los bajos valles, que eran extensos y ricos, y en estos las tribus vivieron y prosperaron, pues devinieron en cultivadores, filósofos, pastores, señores de la caza y de la forja, hábiles artesanos, astrólogos y un sinfín de adelantados oficios. Pero el rebelde vástago mayor, llamado el Nortus, nombre que significaba el profano, al crecer más fuerte e imponente que sus hermanos, se creyó merecedor de la corona Ántica, y dio con la baja idea de luchar contra su padre para tomar su lugar. Más fue vencido y expulsado hacia los Bóreos, allí permaneció en penitencia por muchas estaciones, masticando su derrota, y decidió en un momento, apelar a los principales, y en retornar a los cielos, su origen ancestral. Pero le aconteció como a su padre, pues desde los nefastos pontos surgieron para él, las mujeres creadas por los malignos seres oceánicos, llamadas las Prodiavas, las que le solicitaron perentorias sus dones, llegando a dominar al hijo, para engendrarle sus nueve vástagos, origen de los nueve clanes bóreos. Estos ramales con el tiempo crecieron y se multiplicaron, heredando de su padre el amor por la guerra y la vida de los cuarteles. Después de muchas generaciones, la esencia de aquella dividida humanidad ascendió hasta los cielos, y uno de los principales bajó al mundo del Ántico, para conocer de toda aquella obra. En medio de las alturas, entre las montañas del norte y las luces del amanecer, ambos dioses parlamentaron, decidiendo el destino de la Kercedad entera.

—Servidor Ántico, hijo de la divinidad, una gran falta has cometido en este mundo castigado, el desarrollo de estas raíces son una infracción, esta simiente tuya no debe prosperar, debes eliminar a estos pueblos.

El Ántico se apenó mucho por esta sentencia, por lo que suplicó por sus hijos.

—Padre por favor, estos hijos míos son producto del afecto, del amor, no se les puede condenar, sus espíritus protectores perecieron en castigo, dales la oportunidad de sobrevivir.

El Principal se enterneció al comprender con esas palabras, del efecto que esa humanidad inspiraba en el laborioso Ántico, y contra todo precepto accedió, pero bajo condiciones.

—Está bien, solo déjalos a su propia futilidad, que es evidente, sin dioses no sobrevivirán.

Con esta sentencia condenó el Principal a la prohibida humanidad del Estrago, perdonó sí al Nortus, el mayor de los Gúmaros, a quién mandó a servir a otros dioses en otros mundos lejanos, y al creador del Gran Dominio, ordenó abandonar el mundo para siempre. El Nortus, el Ántico y su soberana, abandonaron entonces el Estrago, dejando tras de sí a su prole y sus seculares diferencias. Las mujeres del Nortuano, retornaron a su semilla, pero no sin antes embrujar a los Gúmaros menores, quienes no las conocían, y por el maligno hechizo, las vieron tan hermosas que las siguieron hacia las profundidades, más no fue permitido que las tocasen, pues se halló traición en sus corazones. Atrapados en el gran océano, por causa del abandono de sus soberanas, se transformaron sus cuerpos y sus mentes, dando de si el origen a las grandes bestias marinas, y a la mayor de ellas, el impetuoso Berkarí, la gran bestia enjuiciadora. En tanto, las hijas del índigo, no hallando más propósito en tierra seca, retornaron al mar, donde entregaron sus esencias a las aguas. Ese fue el origen celestial de las tribus y de los clanes, hijos de los Gúmaros y del Nortuano, la prole del Ántico, castigada en juicio sumario a la extinción.

En su obligada huida del pequeño mundo, el dios apenado no quiso dejar a sus hijos sin guía ni protección. En forma sigilosa, sin que el superior lo advirtiese, buscó entre los espíritus libres de las cuencas estelares, y halló en estas, tres almas exentas a las que atrapó, ligó al pequeño mundo y obligándolas a su amparo, encomendó en su justicia, hasta la última sangre mortal, hasta que aquella humanidad resistiera, su propia inclinación hacia la muerte.

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