Mis padres ya estaban hartos de aquella situación, desde el día en que nos mudamos hace algún tiempo cosas extrañas e inexplicables empezaron a suceder. No le encontrábamos explicación alguna, salvo que hubiese un intruso en nuestra casa o que simplemente alguien nos estuviese jugando una broma de mal gusto. Esta no es una historia producto de un sueño o alucinación, aunque los hechos no tienen en sí una explicación lógica, es un testimonio totalmente verídico, incluso hubo testigos.
Todo comenzó cuando decidimos irnos de Nueva York, mi padre estaba obsesionado con conseguir suficiente dinero en su trabajo para comprar una mejor vivienda, mucho más grande, preferiblemente en el campo, lejos del ruido de la ciudad.
Estados Unidos en 1955 pasaba por su época más gloriosa. Habíamos ganado la Segunda Guerra Mundial y nuestro país gozó de una gran prosperidad económica. Surgió una floreciente clase media, es decir, nosotros, y la mayoría de los hogares tenía televisor, lavadora y auto.
Mi padre trabajaba en una fábrica de autos lujosos y siempre llegaba a altas horas de la noche comentando lo humillante que había sido ser rechazado para enlistarse en el Ejército por una lesión en la rodilla que sufrió en su juventud.
Al terminar la guerra, con la rendición de las potencias del Eje y gran parte de los colegas de mi padre muertos o lisiados, éste fue ascendido y se convirtió en socio.
A partir de ese momento nuestro estilo de vida cambió drásticamente, nos mudamos a un suburbio llamado Mill Valley, en California.
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