Entraría el silencio desvaneciéndose como un hilo de humo sin hoguera, cargando un rumor de ceniza volcado sobre el cuerpo; los dioses llamarían, se asomarían por ver quién cubre el cielo con un aura de fuego planetario, quién toca sus astros y los enciende con la piel dormida, con los ojos sumergidos en sangre y nieve elástica, con un gemido sordo que no espanta.
Así sería. Ahora los pájaros tienen una mirada distinta, sus alas se han convertido en navajas con dientes que mastican sombras, el firmamento alquila un azul devorado en nuestros ojos, nuestros ojos que no tienen otro espacio que estos mismos ojos, allí donde existimos, allí donde vivimos y somos plenamente, donde construimos nuestra fortuna al margen del fango con su erección siniestra.
Así sería. Este ambiente, barco de rosas que navega a oscuras sin puerto de carne que lo espere. Al fin, al fin sería su destino, su proa llegaría a ese punto de espiral que se ancla en el centro, pues hacia allá viajamos sin remedio. No hay otro camino, no existe otro final. Tú eres como el galgo herido que huye de lo horrendo y en mí encarna la flor de los hospitales, el suero elemental que falta en tu pecho, la mano del amo que atienda esa ausencia de caricias, que te hiere nuevamente.
Cede, duerme, ven a mirar cómo salta la hierba de la tierra, cómo se empina sobre el suelo para tocar tus botines puntiagudos, tu pelo que se riega como agua de atardecer sobre lo verde, tu pelo que nace y renace con una vibración de fuego entre mis manos, tu pelo cuajado en el frasco del tiempo que lo conserva vivo y palpitante y ciego, como un sordo rumor que siempre está latiendo.
Vuelve a nacer y mírame desnuda: la miel del universo no tiene edad ni espacio, nacimos en un siempre que fluye al mismo tiempo…
Tu rostro es un jardín de lunas que me asombran.
7:45pm, Mié. 29/12/2010
De: «La espada indeleble» (2013) 📕
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