El señor de la estrella.

El señor de la estrella.

Solrac73

11/11/2024

Trabajos lejos de casa. Eso me obliga a estar fuera durante gran parte del día. Regreso ya de noche, cuando el vigor del día se ha desvanecido por completo. Una noche, llegué a casa y lo primero que hice fue llamar a Rocko y Bowie, para salir a dar una vuelta. Ellos, con los pies agarrotados de tanto estar echados, se levantarón con entusiasmo, muevieron sus colas y se alistaron para salir.

Aquella noche, el cielo se veía con una profundidad especial. Pocas noches son tan oscuras cuando vives en la ciudad. Miré al cielo y noté algo extraño. Todas las estrellas estaban allí, todas quietas y calmas, menos una. Esa estrella cambiaba de color constantemente. Un poco azul, un poco rojo, un poco amarillo, un poco blanco. Me llamó mucho la atención.

Caminé con los perros, sin despegar los ojos de esa estrella, que no dejaba de cambiar color. Al regresar a casa, subí corriendo a mi cuarto y busqué ese libro polvoriento que guardé por si algún día necesitaba viajar al espacio y sacarme una foto en algún lugar lejano. Busqué en el índice, apuntando con el dedo, algo que hablara sobre ¿por qué las estrellas parpadean con colores de noche? Hasta que lo encontré. La atmósfera era la responsable, decía. Pero, ¿cómo podía ser la atmósfera? Algo en mí me decía que no era solo eso. De alguna manera, sentí que alguien me estaba haciendo señales.

Volví a bajar, salí al jardín, y allí estaba: la estrella seguía cambiando de colores, intensamente, para mí, lo puedo asegurar. Si bien nunca he tenido conocimientos científicos, sí tenía astucia. Así que decidí comprobar que algo raro había en esa estrella.

Entré a casa con la intención de salir por tercera vez, pero antes apagué los faroles frente a la casa y las lámparas del interior, asegurándome de que no quedara ni un solo rayo de luz que pudiera alertar mi presencia ahí. Quería que todo quedara en una absoluta oscuridad, solo la sombra de los árboles y el muro del frontis.  Abrí lentamente la puerta, saqué primero una pierna, luego la otra, y entre las hojas de un gran limonero miré hacia el cielo. Y allí estaba: una estrella en medio del firmamento, completamente blanca, brillante y tranquila.

¡Lo descubrí! Había alguien que me hacía señales desde esa estrella. Desde entonces, el fenómeno no volvió a ocurrir, pero por si acaso, siempre llevo una pequeña linterna en el bolsillo cuando paseo con los perros. He aprendido algunas cosas en clave morse. Uno nunca sabe lo que el cielo quiere decirnos.

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