Un día nací en algún lugar.

Un día nací en algún lugar. No recuerdo la luz que había, ni los ojos de mi madre al mirarme por primera vez. Llegué descalzo y he tratado de mantener esa costumbre hasta el día de hoy (eso jamás lo olvidaré). De seguro mi madre era mucho más joven que la vez que me despedí de ella por última vez, y qué decir de mi padre, hoy una escarapela con el número 80 adorna la solapa de su pesado abrigo. No sé si lloré, cuánto medí ni cuánto pesé. No recuerdo el nombre del doctor que me recibió, ni cómo me recibieron mis hermanos. Solo nací y viví varios años mientras el disco duro de mi cabeza aprendía a registrar y guardar algunas fotografías como recuerdos, que luego se completan con mi imaginación, como trozos rescatados de mi infancia.

Viví muchos años que hoy solo son oscuridad en mi mente. No recuerdo las caricias que recibí de bebé, ni cómo me llamaban los vecinos. Solo estoy aquí, 36 años después, haciendo como que no importa recordar el cálido abrigo de mi manta favorita, lo hermoso que sonaba el trinar de los pájaros cuando yo era un lirio, o cómo sabía comer fruta por primera vez. Lo olvidé. Lo olvidé, y eran hechos tan maravillosos. Tantas primeras veces perdidas. Tantas razones para no parar de intentar recordar.