Ralph estaba decidido. Cordelia debía morir. Mientras la oía canturrear en la cocina con esa voz tosca desbordada de altibajos discordantes no podía dejar de pensar en cómo lo haría.
Abrió el cajón del escritorio. Sacó sus tapones para los oídos y se los colocó, con el ceño arrugado. Se aproximó al teclado y empezó a escribir. Los pensamientos fluían en un torrente continuo mientras a través de sus dedos se plasmaban las imágenes en palabras.
Hizo una pausa. Debía deshacerse del personaje para finalizar una etapa de su carrera cuyos éxitos le debía a ella pero cuyo personaje le había sobrepasado y le había dejado en la sombra como autor. Cordelia había cobrado vida.
Imaginó por un momento sus manos alrededor de su cuello… ¿Y algo más sutil?, la encerraría en la sauna y subiría la temperatura…
Se frotó los ojos y respiró profundamente reanudando la tarea con un ritmo frenético.
Debía enviar el final del libro a la editorial. Un clic y enviado. Suspiró aliviado mientras se retiraba los tapones de los oídos.
– Cielo, voy a la sauna, ¿Arreglaste el termostato? – oyó a través de la puerta.
-Cordelia….–susurró mediando una sonrisa complacida mientras volvía a colocarse los tapones en los oídos.
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