Hacia días que me venía sintiendo pésimo. Unos dolores en el bajo vientre que me cortaban la respiración, así como la voluntad de caminar. Ese sábado, me sentía fatal. Decidí ir a consultar por guardia al hospital (Militar). Entré a las diez de la mañana, pedí una consulta ginecológica, pues, dado donde sentía las molestias, imaginé tenía que ver con ese servicio. Me atendió una doctora, nada simpática pero ahí son así. Me hizo todos los estudios habidos y por haber. La mujer ya estaba bastante cansada porque todo salía bien, o sea; no tenía nada. Pero a mí me seguía doliendo. La doctora sentada detrás de su escritorio, moviendo una lapicera entre sus dedos, mira los estudios por quinta o sexta vez, hace una mueca, y llama a dos militares que ingresan de inmediato. Ambos armados. La doctora habla algo con ellos. Yo sigo con la mirada la conservación, pero no escucho nada. Te voy a hacer un último estudio me dice la doctora, una transvaginal y sonrió, acá mis colegas son los que realizan el estudio, acompáñalos. Mire a los militares que a decir verdad mucha pinta de medico no tenían, pero bien podían serlo, la mire a la doctora y le dije ¿no hay una mujer para hacer el estudio?, No, respondió son ellos o nada. La decisión es tuya y volvió a sonreír. Miré a los tres hice una mueca, y pensé a mí no me amedrentan. Sali del consultorio, escoltada, por valla uno a saber sus nombres ¿Juan y Pedro? iba más atrás, pues seguía adolorida y no les podía seguir el paso. –Eh más despacio brame– ellos voltearon me sonrieron y aminoraron la marcha. Luego de varias vueltas, llegamos al consultorio, donde se hacen las ecografías. Uno se quedó al costado de la camilla y el otro se sentó junto a la máquina para hacer el estudio. Carraspeé –Caballeros, sonreí, estoy muy adolorida no me puedo desnudar ¿me ayudan? – El que estaba sentado le hizo una seña con la cabeza al que estaba de pie y vino a ayudarme. A pesar de mi malestar, no podía sacarle a uno y otro los ojos de encima, este hospital nunca decepciona. Entre en un paroxismo tal que no paso desapercibido para ellos. El que me ayudaba a desvestirme, de la cintura para abajo pasaba sus manos delicadamente por mis muslos. Me mordí el labio, cerré mis ojos. Cuando los abrí note que el que estaba sentado nos observaba y sonreía muy disimuladamente, era más bien una mueca, pero también me excito. El que estaba conmigo permanecía agachado, sobando mis nalgas, levanto la mirada y note unos hermosos ojos verde oliva, hoyuelos en los cachetes, una nariz que le iba perfecta a esa cara, y una sonrisa que invitaba a hundirle la lengua y saborearlo. Dios ¿esto está realmente pasando o lo estoy soñando? Bajé la vista, y descubrí que él se había desecho de todas mis prendas incluida la ropa interior, ahora su mano acariciaba mi centro de placer, que estaba húmedo, caliente, palpitante. Empecé a gemir muy despacio casi en un susurro, después de todo había que guardar las formas. No quería traerle problemas a unos muchachos tan gentiles y encantadores. Él seguía de rodillas sobando mi vagina, sentí como me penetraba con dos dedos y comenzaba a entrar y salir, apoyé mis manos en su espalda, él seguía entrando y saliendo. Levante la vista y vi como el otro tenía su verga afuera y la sobaba, era grande, gruesa, que ganas de chuparla tenía. Para ese momento ya no me dolía nada. Ni recordaba porque estaba allí solo podía pensar en esos dos cogiéndome, turnándose para metérmela. No sé si me leyeron el pensamiento o fue algo instintivo, el que estaba agachado dejo de sobarme, se llevó la mano a la boca, sonrió y luego me dio de probar, lamí sus dedos con lascivia siempre mostrándole al otro lo que hacíamos. Nadie hablaba, solo gemidos. Él que estaba sentado, se levantó, se acercó con la verga parada, tomó mi cara con sus manos y me hundió la lengua, me penetro descaradamente, mi vagina palpitaba, me hizo acabar con un beso. Me soltó y vi como el otro ya incorporado sobaba su verga que era de similar tamaño y grosor al de su compañero. Él que estaba conmigo me ayudo a desembarazarme de las prendas que todavía llevaba puetas, entonces ambos empezaron a lamer mis tetas grandes, mientras sobaban mi culo con sus manos. Estire mi mamo y tome sus vergas, los hice aullar, estaban tan excitados. Sentí como un poco de líquido, caliente, pegajoso, se escurría por mis dedos. Les sonreía, estaba en el paraíso. Les susurre –cójanme no aguanto más– Me ayudaron acomodarme, parada con el torso apoyado en la camilla y la parte baja expuesta. Uno separo mis muslos, me invadió con la lengua, y luego sentí la primer envestida. Dios exclame ¡sí! Dios. Dios… entraba y salía duro, caliente, palpitante. Él otro se masturbaba viéndonos. Yo le sonreía, no podía dejar de mirar esos ojazos verdes y esos hoyuelos en los cachetes que le daban apariencia de niño travieso, a aquel semental. Sentí a mi compañero moverse con más furia, era evidente que iba a eyacular, saco su verga y se derramo en mis glúteos. Le hizo señas al otro para que tomara su lugar. Se aproximo con la verga hinchada, me arrodille y se la chupe hasta sentir arcadas. Me sentó en la camilla, enrosqué mis piernas alrededor de su cintura y lo sentí embestir más fuerte que el otro, se movía salvaje, no me equivocaba al compararlo con un semental. Dios volví a decir, Dios, Dios…Si, si no pares, no pares, dame más, mas… Esa sonrisa, perversa. Cógeme, cógeme, dale le susurre y me dio el gusto. Lo sentí acelerar las envestidas, iba acabar, saco la verga y me lleno de leche las tetas. Quedamos los tres saciados y al parecer yo curada. Procedieron hacerme el estudio. Me vestí y volví al consultorio de la doctora. Esta seguía con la lapicera en la mano. Miro el estudio y me dijo impecable, esta sana. ¿Cómo se siente ahora? Dijo con una sonrisa pícara. Milagrosamente curada exclame mientras miraba a los muchachos. Es que mis muchachos son curativos dijo ella, tienen por así decirlo, un don y río. Asentí con la cabeza, tomé mi cartera que yacía en la silla de al lado y me fui a mi casa, exultante, extasiada y curada.

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