Amores Lejanos

Amores Lejanos

Sabrina I

08/11/2024

Había soñado tanto con despertarme junto a Inés, aquella beldad que cada viernes venía a mi bistró bar, en un barrio periférico al que asistían clientes exclusivos.

Ella solía sentarse en la barra y me pedía que le prepare un martini. Y a cierta hora un caballero pasaba por ella, y mis sueños se esfumaban con la estela de su perfume.

Mi amigo y socio me insistía que le dijera algo, tal vez no una declaración de amor porque suena cursi, pero sí un simple me gustás, ya no quiero prepararte más tu trago preferido, quiero desnudarte el alma y besarte los sueños. Quiero que dejes de añorar amores frustrados. Que dejes de irte cada viernes con amores pasajeros y me elijas a mí, el estúpido que suspira sin que lo notes, porque simplemente soy Octavio, el bar tender que te prepara tu martini y te escucha cual psicólogo vomitar tus inseguridades y frustraciones.

Hasta que un viernes Inés no vino, luego otro y así hasta que pasó un mes, luego un año y yo suspiraba esperando volverla a ver cruzar la puerta de mi bistró. Tal vez los dioses escucharon mis plegarias, no lo sé simplemente ese viernes la vi entrar corriendo, vestida con su traje de novia, los ojos rojos de llorar y buscándome con la mirada. Sali detrás de la barra y me acerqué dubitativo hacia ella.

–Octavio.

–Inés ¿qué te pasa?

–Me iba a casar. Me estaba por casar y me di cuenta de algo.

–¿De qué?

–De que ningún hombre me mira como vos, ni siquiera mi futuro marido. Hay fuego en tu mirada, pasión, amor, no necesitás decir nada, yo lo sé.

–Inés.

–Me conocés mejor que nadie, incluso mejor que yo a mí misma, sos mi confidente.

–Yo.

–¿Vos qué?

–Creo que estoy soñando.

–No estás soñando –me dijo mientras me tomó del cuello y me susurró en los labios– soy real y te elijo porque siempre fuiste vos, estaba tan ciega, perdoname.

Nos besamos apasionadamente y sentimos el vitoreo de mi socio y los clientes. Inés reía y para mí era la risa más estridente que jamás escuché. Pero era la risa de mi Inés. Yo, tímido como era, sentía que mis mejillas se incendiaban. Un tipo grande con experiencia, pero jamás en el amor verdadero, ese que te hace hacer locuras y actuar como niño.

Aquella noche sería la primera de muchas otras noches junto a mi bella Inés, con la que ya llevamos cinco años casados. Luego de hacer el amor a ella le gusta levantarse y sentarse en la ventana, la luna la ilumina y yo me hago el distraído, pero ella sabe que la observo. Me gusta grabar cada detalle de ella en mi memoria.

Pensaba que la rutina nos iba a desgastar, pero, al contrario, cada día nos volvemos a elegir. Nuestra regla de oro es no mentirnos y pase lo que pase afrontarlo juntos. No todo es color de rosa, los días malos existen, las decepciones, algunas discusiones, pero nada que un matecito caliente no pueda resolver, aunque sigamos chinchudos y el mate lo tomemos en silencio.

Hemos repartido las tareas del hogar y una señora viene todas las semanas a darnos una mano. Inés fue ascendida en su trabajo y lo hemos festejado en mi bistró. Mi socio y amigo se ha enamorado de una de las amigas de Inés y aunque él jura que jamás va a ser un varón domado, Agustina lo está cambiando y ya no es el tiro al aire que solía ser.

Si alguna vez alguien me hubiera preguntado si creía que los sueños se hacen realidad, hubiera respondido que no, pero ahora debo decir que sí. Porque he encontrado a la mujer que amo, la que ilumina con su sonrisa mis días grises y me permite cuidarla, hacerla feliz cada día de mi vida. Nos hemos enseñado a satisfacernos en la intimidad, a brindarnos placer con cada caricia y que no sea solo un acto sexual, un dialogo de cuerpos. Es algo íntimo, una mirada dulce, una caricia, un roce de labios, las lenguas tibias húmedas danzando. Nuestras manos enredadas en nuestros cabellos. La ropa va dejando paso a la desnudez, pero no sólo la del cuerpo sino también la del alma. Porque hacer el amor con Inés es como sentir su alma palpitando junto a la mía. Besar cada rincón de su cuerpo, que me permita tocarla, venerarla como a la diosa que para mí es me brinda tal felicidad que quisiera detener el tiempo en un instante, en ese instante en el que me interno en ella, nuestras miradas efusivas nos aceleran el ritmo cardíaco. Enredados en las sábanas, tomados de nuestras manos, nos decimos todo sin pronunciar palabra. Otra vez nuestro deseo nos llama y volvemos a iniciar la danza sexual pero esta vez es ella la que me da placer a mí y me deja extasiado. No experimenté en mi vida algo similar a lo que me hace sentir Inés, tal vez soy un tonto enamorado, sin remedio, pero no me importa, sólo quiero vivir para hacer feliz a esta mujer.

Unos meses más tarde Inés me recibió con la noticia más dulce, íbamos a ser padres. Arrojé lo que llevaba en las manos al suelo, tomé a Inés de la cintura y la levanté en el aire, ella reía y brillaba porque para mí ella siempre brillaba. La llené de besos que le arrancaron más risas, ambos lloramos de felicidad, ¿sigo soñando o todo esto es real? Inés ¿sos real? Y ella sólo sonreía.

Los meses pasaban y el vientre de Inés se iba abultando, sus senos crecían y no puedo negar que se me hacía agua la boca. Inés me decía no sos nada disimulado, querido Octavio. Es que amo demasiado a mi esposa y la deseo ardorosamente, le respondía con disimulada timidez. Ella me pasaba los brazos por el cuello mientras se sentaba en mi falda y me susurraba, yo también te deseo cariño, yo también te deseo.

Mi erección no tardaba en despertar ante las confesiones eróticas de Inés. La levantaba en brazos, la llevaba a tomar su baño, ella me hacía lugar en la bañera, me sentaba detrás suyo, corría su largo cabello y muy despacio con una esponja lavaba su espalda, provocándole suspiros. El espacio se teñía del vapor del agua. Inés se volteaba, me besaba. Hacíamos el amor despacio, nos dábamos placer y mucho amor. Inés me decía “al bebé le gusta, se mueve, sabe que nos amamos y eso lo hace feliz. Es importante que sienta que nos amamos”.

Los meses pasaron e Inés una noche empezó con los dolores de parto. Ya teníamos los bolsos preparados, pues tuvimos que salir a las corridas dos veces antes y habían sido simplemente falsas alarmas.
“Esta vez no es falsa alarma, Octavio, esta vez va en serio, el niño quiere salir”. La ayudé a subir a la camioneta, traté de mantener una calma que no tenía, pero no quería preocupar a Inés, que iba respirando como nos habían enseñado en las clases de preparto. Clases a las que jamás había faltado.

Amor, me decía Inés, vas a ser un padre responsable, pero sobre todo un padre amoroso, ya lo eres desde el día en que te dije que tendríamos un hijo, y eso me hace amarte aún más.

Llegamos a la clínica, ayudé a descender a Inés. Ni bien entramos una enfermera nos trajo una silla de ruedas, ayudamos a Inés a sentarse. La enfermera nos condujo a una habitación. Las siguientes horas fueron dramáticas pero llenas de amor y esperanza. Llamé a mis padres, a los de Inés, demás familiares y amigos. Nuestros padres se apersonaron esa misma noche, los demás, más respetuosos, nos dijeron que pasarían al siguiente día.

Inés no había querido hacer eso del baby shower, así que esperábamos recibir muchos regalos al día siguiente.

El doctor entró en la habitación junto a la enfermera, revisaron a Inés y nos informaron que era hora. Inés, con sus emociones mezcladas, lloraba de alegría y de nervios. La pusieron en una camilla, sujetó fuerte mi mano y me pidió que no la soltara, besé la suya y le respondí, jamás, somos un equipo.

A continuación, todo fue caos y del caos surge la vida, así llegó a este mundo Grecia, una pequeña regordeta que se pegó al pecho de su madre y apenas abrió los ojos se anclaron a los de Inés. En ese momento, sólo pude abrazarlas y llorar, porque no sabía que más hacer, sólo llorar porque era inmensamente feliz.

De vuelta en la habitación, Inés se quedó dormida, estaba exhausta. La bebé descansaba en la nursery y se la podía ver por una ventana, allí llevé a mis padres y suegros. Todos me felicitaban.

Yo lloraba más que Inés, pero si no he hecho nada, pensaba, todo lo ha hecho ella, qué tanto llorar, pero las lágrimas simplemente brotaban.

Mi madre y mi suegra se peleaban por ver a quién se parecía la niña, mientras que mi padre y mi suegro me consolaban, es que tenía todas las emociones a flor de piel. Luego de despedirlos, regresé a la habitación con Inés, que estaba toda despatarrada durmiendo como tronco, un hilo de baba le caía de la boca y a mí me pareció que seguía brillando.

Unos días más tarde regresamos los tres a casa y empezaron los pañales, las horas sin dormir, los llantos y alguna que otra discusión de papá y mamá, porque eso de no dormir es bastante agotador.

Pusimos a la bebé en su cuarto y la monitoreábamos con el baby call, porque en los últimos meses habíamos leído que lo mejor es que él bebe llegue y ya tenga su cuarto, nada de dormir con los papis porque después cuesta más acostumbrarlos a dormir solos.

Esos primeros meses nos costó a nosotros acostumbrarnos ya que nos pasamos más tiempo espiando al bebe que durmiendo en nuestro cuarto.

No es fácil, ya digo yo, esto de la crianza, pero es la cosa más bella. Ese ser indefenso que no ha pedido venir al mundo y, sin embargo, nosotros lo hemos traído, puede parecer egoísta, pero en realidad, es la consumación del amor que se tienen dos personas, es un acto de entrega hacia el ser amado. Qué felicidad, sí, qué felicidad era contemplar aquella escena perfecta. Pero, la realidad es que nada es perfecto, o ¿sí? Los sueños lo son. Como dije al principio de mi relato, había soñado tanto despertarme junto a Inés que por unos segundos creí que todo era verdad, pero debieron notar que no, en el instante en que ella entró vestida de novia. En los sueños, nada tiene sentido o quizá todo.

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