Arribamos a Isla Mujeres, Quintana Roo, un jueves 24 de octubre. Llegamos con un sólo objetivo en mente, que Rodrigo — atleta de alto rendimiento — fuera el primer mexicano en cruzar nadando a las islas turísticas más visitadas de Cancún y así imponer un récord. Aquella hazaña la planeamos durante años, y en base a minuciosas investigaciones previas establecimos el siguiente itinerario: El viernes 25 de octubre mi amigo nadaría de Isla Mujeres a Isla Contoy; era el trayecto más demandante — a mi parecer —, con más de 26 kilómetros de distancia, por lo cual, una vez concluida la etapa estaríamos confinados en Isla Contoy durante dos días para descansar, luego volveríamos en ferry. El lunes 28 de octubre nadaría de Isla Mujeres a la Zona Hotelera de Cancún; cruzaría por la parte más angosta, que tiene una superficie de 13 kilómetros aproximadamente; ya en la costa, el Hotel Riu nos alojaría en una de sus mejores habitaciones durante una noche antes de partir en embarcación hacia Cozumel. Por último — y ya en vísperas de Halloween —, el 31 de octubre recorrería la distancia entre Isla Cozumel y Playa del Carmen.
Como mencioné en un principio ése era el plan, pero, ya ves lo que dicen la gente: “¿Quieres hacer reír a Dios? Cuéntale tus planes”. Resulta que aquella tarde que llegamos a Isla Mujeres mi amigo salió a recorrer el lugar; quería caminar por la playa, conocer personas, platicar con ellos, conocer sus costumbres, etc. Salió temprano pero ya no regresó al hostal donde nos hospedamos. Recibí una llamada a las diez de la noche, era el comandante en turno de la policía municipal de la isla; según me explicó, Rodrigo tuvo la brillante idea de entrar a un bar; después de unas cuantas cervezas se le hizo fácil insinuarle cosas a una mesera; la chica incómoda y viendo que las propuestas iban subiendo de tono no le quedó de otra que darle la queja a su jefe, él por su parte dio aviso a un grupo de amigos que también estaban en el lugar para que echaran fuera a aquel turista, pero lejos de calmar los ánimos los orillo a confrontarse y se armó la riña.
Vi a mi amigo hasta la mañana siguiente cuando fui por él a los encierros. Me comunicaron que la situación era más grave de lo que imaginaba; que si quería ver a Rodrigo puesto en libertad otra vez necesitaba pagar una fianza, con la cual se pretendía cubrir los daños ocasionados en el bar, el acoso a la mesera y las lesiones ocasionadas a dos de los sujetos involucrados. Terminamos pagando un total de $53,780.00 pesos. Fue así como la preparación de tantos años, la planeación y la búsqueda de un récord se fueron al carajo en una sola noche. Yo estaba súper molesta; al final nos separamos y cada quien volvió a su casa por sus propios medios.
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