En el suelo, abrazando mis rodillas, envuelta por la obscuridad, siento una luz difusa detrás de mí, pero elijo ignorarla, se siente bien estar así, como si este fuera mi lugar, si perteneciera a este vacío.
Un viento helado me golpea la cara, me envuelve el cuello, entra por mi nariz y congela mi pecho, duele respirar y alivia al mismo tiempo.
Frente a mí surge un laberinto, mi cabeza me ordena que no avance, que no entre, que si entro no va a haber vuelta atrás; pero mis pies no obedecen, no dudan en dejarlo todo, el laberinto es de niebla y el camino de agua se vuelve más profundo, cubriendo mis pies, mis rodillas, al llegar a mis manos veo que no es agua, es sangre, brotando de mis brazos, cubriéndome por completo, me ahoga, pero no quiero luchar, solo me dejo ir, sintiéndo como se acaban la tristeza y el dolor, por fin vuelvo a ser libre, por fin vuelvo a sonreír
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