Un día más, una tarde más igual que tantas otras… Son las seis y
treinta de la tarde y ya la cocina luce como si la hubiese atravesado una
estampida de Mamuts arrasando todo a su paso. Mientras la limpio, chequeo que
todo esté dispuesto tal como te gusta: Tu enorme filete en el horno, tu jugo de
cactus en la refrigeradora. Solo falta que irrumpa tu inmensa humanidad a
devorarlo todo. Afuera tu hija gatea de un lado para otro, sabe que en poco
tiempo un portazo anunciará tu llegada y recibirá su ración diaria de cinco
minutos de cariño: Un par de bruscos jamacones, tres lanzadas al aire, un poco
de cosquillas y de nuevo al piso. Con eso bastará para ella, se marchará
sonriente y satisfecha, como si aprendiese a conformarse desde pequeña con la
cuota que le das. Luego vendrá Dino, te tumbará en el suelo mientras ladra y te
lame, hasta que a gritos lo alejes de ti.

El resto ya es historia conocida… Dirás -“Hola querida: ¿Qué
hay de cenar?, muero de hambre… el día en la cantera estuvo terrible… ¡Maldito
Señor Rajuela!, hoy me pegó un buen regaño por haberme pasado de tiempo en mi hora
de almuerzo. Mañana Vhñññy a tñer qhhe añmlzr rñpido…
” tu conversación se
hará menos inteligible mientras engulles tu enorme filete de brontosaurio… esa
será nuestra conversación del día, mas bien un monólogo indescifrable y sobre
todo muy corto, porque devoras tu comida con un ímpetu impresionante, digno del mas salvaje depredador. Luego, mientras
recojo y lavo los platos, te acercarás y besarás suavemente mi frente… “Gracias
querida, la cena estuvo deliciosa…”
Ese probablemente será nuestro más
fogoso encuentro en la semana… Luego de llamar al enano por cuernófono me dirás
que es noche de bolos o hay reunión en la logia. Y te irás, sin siquiera tomar
tiempo para bañarte y cambiar tu traje naranja. Yo quedaré nuevamente en casa,
viendo morir el tiempo frente al televisor, resignada…

De nada servirá que esta noche me arregle, que use una minúscula
prenda bajo mi pijama y deje la pierna descubierta sobre la cobija. Llegarás a
oscuras, sentiré los ruidos torpes que haces al desvestirte y escucharé el
sonido del colchón mientras te acuestas en la cama de al lado, a medio metro de
mi piel ingenua que a pesar de todo te espera ansiosa cada noche, de mis manos
que tratan inútilmente de suplantarte, de mi mente que te trae hasta mis dedos
mientras hurgo dentro de mis ganas en tu nombre… Cuanto daría porque fueses
realmente tú, cuanto daría porque, tal como lo hicieron nuestros ancentros
nómadas, atravesaras esta glaciación que somos, el estrecho de hielo de cincuenta
centímetros entre tu cama y la mía. Ser tu caverna, tu deseo primitivo y
prehistórico, que descubras el fuego y me incendies por dentro.

Y arder hasta exhalar con un suspiro… Yabba dabba dooo..

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