Tenía que ser una broma, simplemente lo que le decían a José Miguel era demasiado estúpido para que fuera verdad. Y todo por culpa de la criada imbécil que dejó el emparedado sobre la mesa con el veneno de rata dentro en vez de dónde debía estar: en el piso cerca con las ratonera. Ahora moriría una muerte lenta como una rata porque el pueblo donde se encontraba la hacienda estaba muy lejos de la ciudad y el hospital. Tres días se demoraba en llegar el carruaje y dos y medio a caballo con montura. Su destino estaba completamente destruido.

Polvos de arsénico era lo que le habían dado, había dicho el doctor del pueblo que lo mandó a vomitar por lo menos unas tres veces, pero su suerte estaba echada. El químico ya había pasado a su sangre y comenzaba a sentir los síntomas mientras el reloj corría y se fundía con el latir de su corazón.

Primero vino el mareo, luego las náuseas. José Miguel quería estar en pie y azotar a la criada estúpida que lo condenó a tan muerte primitiva, pero lo enviaron a yacer como el futuro muerto que sería. Al principio no quiso obedecer, pero los empleados que su madre envió eran muchos y él estaba ya muy mareado como para hacer la pelea.

Cuando lo dejaron en la cama se sintió llorar. Es que era tan injusto, él había sido tan bueno con todos y así era como la vida le pagaba. Matándolo lenta y dolorosamente, cómo una rata. O quizás peor porque sería un humano muriendo como rata. El doctor del pueblo le había dicho todos los síntomas para que no tuviera miedo -cosa que no resultó porque tenía aún más- y las horas las pasaría sufriendo como el peor. En primer lugar el mareo y las náuseas, después vendrían los vómitos y el dolor abdominal, las alteraciones cardiacas y finalmente las neurales. Eso último lo aterraba. ¿Sería que acaso perdería la conciencia de a poco o de repente? Esto implicaba su muerte como tal.

José Miguel suspiró fuertemente en su cama mientras escuchaba como correteaban a la criada culpable. Eso le sacó una sonrisa; se lo merecía. Lo que no sabía y sólo se enteró cuando la criada entró moreteada de pies a cabeza fue que a ella también le dieron el mismo veneno para que muriera junto a su amo. Eso ya no le agradó a José Miguel. No quería compartir su lecho de muerte con esa escoria, pero para todos parecía ser la respuesta acertada al mal hecho por la mujer.

La sentaron en una silla en la esquina más alejada de José Miguel y los dejaron solos, como demasiado asqueados por el futuro próximo a venir. ¡Qué ellos vieran cómo se las arreglaban! La indignación llenó el pecho de José Miguel, pero nada podía hacer porque comenzó a vomitar en el balde que le dejaron para tal tarea. Una vez terminado el acto se limpió con una toalla húmeda la boca y se percató que la criada lo miraba con su ojo hinchado y morado. José Miguel quiso reírse de su deformidad, pero solo logró volver a vomitar.

Enojado por el esfuerzo del vómito y las arcadas, le espetó a la criada que por qué no lo atendía, pero ella se quedó callada y lo siguió mirando con, lo que pensó José Miguel, un deje de pena. ¿Qué derecho tenía esa mujer de tenerle pena a él, si ella también se iba a morir?

Se lo gritó con todo el odio que pudo y le sacó en cara su error, su inminente muerte y su futuro dolor, pero la criada no dijo nada. Se mantuvo en silencio y lo continuó mirando, solo que esta vez de sus ojos brotaron lágrimas y José Miguel por fin pudo reír sin vomitar: había logrado algo. O eso creía porque su alma le decía que estaba errando, que la muchacha no merecía tal actitud ni acción. Era simplemente un fallo, no un intento de asesinato contra él. José Miguel había visto claramente la reacción de la chica cuando la verdad había salido a la luz y había sido genuina, ¿qué más podía hacer?

Pero no, ella era su asesina finalmente, por mucho que no hubiera dolo en ello. Tal equivocación lo tenían retenido a vómitos severos y ahora dolor abdominal, pronto su corazón no respondería. Quizás trajeron a la criada para que fuera su propio espejo y espectáculo. Eso lo encontró asqueroso. Si bien la mujer había fallado, él no tenía interés en verla morir como una rata, mejor le hubieran traído al animal en ese caso.

Pasaron unas horas y los síntomas no amainaban, solo empeoraban. Ahora la criada comenzó a vomitar como lo hacía hace un buen rato José Miguel. También le habían dejado un cubo para vomitar, pero ella todavía tenía la mirada fija en José Miguel. Este estaba tan cansado que ya no le prestaba atención a la criada; si lo quería mirar, que lo hiciera. Solo vería a un hombre cerca de la muerte.

Ya estaba haciendo las paces con la idea de la muerte cuando las palpitaciones comenzaron y el miedo lo corrompió. Otra arremetida de improperios contra la criada surgió de su boca como fuego de la escopeta. Ella lloró esta vez mientras vomitaba y cayó de su silla en lo que José Miguel consideró un patético acto de clemencia, pero solo era cansancio.

“Párate”, le dijo José Miguel a la criada, pero ella había perdido toda fuerza y se quedó inclinada hacia adelante con las piernas yaciendo medio abiertas por debajo del delgado cuerpo. No supo de dónde, pero José Miguel se paró de la cama y fue a levantar a la criada. La tomó del brazo, pero no tenía suficiente fuerza para pararla del suelo de madera. Le gritó una y otra vez que se parara, pero ella solo lloraba. La logró arrastrar unos metros, pero las palpitaciones se hicieron insufribles y él también cayó.

La criada alcanzó a agarrarlo para que su caída no fuera dolorosa y José Miguel en toda su pronta locura pensó que había sido un ángel sosteniéndolo desde el cielo. La criada lo depositó en el suelo como quien coloca a un bebé en su cuna y José Miguel quiso por primera vez saber el nombre de la mujer que lo había matado en vida.

“Ángela”, había sido la simple y escueta respuesta de la criada. José Miguel no preguntó por edad, estado civil, hijos, hermanos, ni nada más; no le interesaba. Solo tenía ojos para la mujer que moriría con él esa noche. Le habían dicho -cuando era joven y de forma grotesca- que las ratas morían reventadas, entonces ese era su camino: morir reventado como rata solo que con comodidades.

Una vez más se hizo el silencio, pero José Miguel tenía ganas de hablar. Era el miedo carcomiéndole las entrañas, ya que sentía leves pero notorios temblores. Le habían dicho que llamara cuando se sintiera mal, pero era premisa la consideraba irrisoria. Siempre iba a estar mal y ellos simplemente lo habían abandonado. ¿Dónde estaba su madre rezando por una bondadosa llegada al cielo? ¿Sus hermanos y hermanas llorando prematuramente su muerte? ¿Su padre diciendo que era el mejor hijo? A eso se refería también cuando pensaba que moriría como una rata, sola y reventada.

Trató de instalar una conversación con Ángela, preguntarle porqué se había equivocado tanto y su respuesta lo dejó anonadado. Según contaba, dormía poco en las noches porque tenía que protegerse de un hombre que la iba a acosar constantemente, por lo que en las mañanas tendía a cometer errores, pero que el de hoy había sido un pecado. Que era probable que fuera porque ella atraía al diablo y terminó involucrándolo a él, pero que ella tomaría el arsénico unas mil veces a ojos cerrados con tal de que José Miguel no lo hiciera.

En la hacienda no había muchos hombres y José Miguel no pudo evitar preguntar si era su padre. Ángela no dijo nada, pero su cuerpo se crispó y con eso obtuvo su respuesta. ¡Qué grandísimo asco! En el fondo el que lo estaba matando era el bestia de su padre que acosaba a una muchacha indefensa por las noches y él y Ángela se llevarían el secreto a la tumba mientras él seguiría impune, posiblemente haciendo lo mismo con otra niña que quizás también se equivocaría con el veneno de ratas y tendrían otra víctima. ¡Maldito ser!

Deseó ir a contarlo a su familia, pero Ángela nunca dio nombres así que todo lo que él tenía eran conjeturas. Pero algo sacó en claro de todo esto: ahora realmente había hecho las paces con la criada y la muerte. Con Ángela, su situación era mucho más complicada de lo que podía imaginarse, y con la muerte esperaba ser un espíritu vengativo, no tenía intenciones de entrar al reino de Dios por el momento. Su alma vagaría un tiempo por la Tierra buscando venganza y cuando la encontrase sería uno con el Sagrado.

Ya con las ideas claras comenzó a agitarse mucho. Las manos le temblaban sin parar y las piernas se sacudían como si estuviera bailando. Su tiempo vivo en la Tierra se acortaba. Le pidió a Ángela que lo sostuviera si es que no le daba asco. Mágicamente el vómito de Ángela cesó por unos instantes y colocó la cabeza de José Miguel en su regazo. Lo trató contener con sus manos apoyadas sobre sus brazos para disminuir la agitación de su cuerpo, pero no había caso.

Saliva comenzó a salir de la boca de José Miguel. Se sentía morir, pero ya no tenía miedo. La, en un momento asquerosa presencia de Ángela, se había convertido en lo más precioso que le pudo haber pasado en su lecho de muerte. Quién iba a pensar que la mujer lo mató, sería la misma que lo guiaría de la manera más tierna hacía la muerte, pero como inicio, no final. Era una rata muy suertuda, pensó José Miguel.

Alguien que de forma genuina no lo había abandonado lo vería morir, pero él moriría primero y eso lo asustó. Ángela quedaría a la deriva sufriendo sola. Le comentó sus aprehensiones, pero Ángela solo rió. Dijo que ella había tomado el doble de la cantidad ingerida por José Miguel así que prácticamente morirían juntos, que no se preocupara. Él sintió un leve tremor venir de las manos de Ángela y comprendió que era verdad; era muy probable que sus muertes se sucedieran en cosa de minutos.

No debió hacerlo, pero sonrió. No quería dejarla sola, quería morir con ella. No supo cuándo entró en estupor, pero comenzó a pensar en su vida. El hermano del medio, poco considerado para las decisiones económicas, poco conocido en el pueblo entre las mujeres, de mal carácter con los empleados, especialmente las mujeres, quizás todo lo que le estaba pasando era un respuesta a sus actitudes. Era asiduo a irse de parranda con amigos y beber, gastar dinero en mujerzuelas y ya tenía treinta, claramente no se iba a casar nunca, pero él se consideraba joven; su padre una sanguijuela, quizás por eso todo el espectáculo de morir como rata. Pobre Ángela, quizás si la hubiera conocido bien antes la hubiera desposado sin importar las clases sociales. Hubieran tenido hijos y su padre se hubiera mantenido alejado de su mujer. Pero en cambio estaba muriendo y no había luz blanca, solo sentía el movimiento interminable de las manos de Ángela en sus hombros y con eso despertó.

Respiró una profunda bocanada de aire y abrió los ojos para darse cuenta que Ángela se movía y tenía los ojos desorbitados. Él también se movía y no lo podía parar, pero no podía dejar que Ángela continuara así. Con mucho esfuerzo se levantó del piso y le golpeó las mejillas para ver si reaccionaba y efectivamente sí funcionó. Sin embargo, Ángela dijo algo que él no quería escuchar. “Mátame”.

No dijo nada más y los vómitos volvieron. Al verla así, quien fuera su esposa en otro mundo, a José Miguel no le temblaron más las manos. Tomó la decisión de inmediato. Fue con dificultad hacia su velador y sacó de él un revólver. Se dirigió con dolor hacia Ángela y le dijo: “Te amo”. Ángela no pareció sorprendida y le respondió: “Te amo”, de vuelta.

Aún con todos los temblores, José Miguel no vaciló y mató a Ángela de un golpe en la sien. No lo habría pensado si Ángela no lo hubiera sugerido, pero era el mejor camino. No moriría como rata; él era humano, no animal rastrero.

Puso el revólver en su sien y sin contemplaciones disparó el arma. En segundos estaba muerto, su cuerpo junto al de Ángela, como unidos en vida y en muerte. Pronto llegaron todos a ver qué había pasado, cuál era el alboroto y se encontraron con la terrorífica escena de José Miguel muerto junto a la criada.

La madre lloró, el padre dijo unos improperios y los hermanos no sabían qué hacer: ahora la fortuna se dividía en cinco. Pero más que todo, el niño de la casa había muerto en su propia ley y no como rata. Eso podrían agradecérselo porque qué vergüenza decir que tu hijo murió por veneno de ratas. El Vaticano hablaba pestes del suicidio pero le echarían la culpa a la criada, que se había vuelto loca o algo así.

Mientras retiraban su cuerpo, José Miguel se llenó de rabia y comprendió que el verdadero veneno del que tiene que cuidarse un humano es del provocado por uno mismo y alejarse del de los demás. La ponzoña creada por las propias circunstancias era de temer, pero el veneno hecho por los cercanos derivado de la envidia, la codicia, el poco querer, lo grotesco era quizás aún más peligroso.

El veneno de rata lo pudo haber matado, pero la ponzoña de su familia lo tenía como un no muerto en vida, y su propio veneno lo propiciaba. No era una rata, pero a veces se comportaba como una, quizás era la gran prueba de Dios enviada hacia él…

José Miguel estiró su mano y encontró la de Ángela hacia la izquierda. Ella trató de contenerlo en su rabia y lo logró. Hacer las paces con perder la vida sería difícil, pero algo le decía que la criada del veneno de ratas le ayudaría a superarlo.

FIN

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS