La viuda se acercó, comenzó a besarme, me pidió que la tocara. Yo no sabía que hacer, me quedé inmóvil, tratando de disimular el temblor interno que me invadía. Ella tomó el control, pasó mis manos por su cuerpo maduro cargado de años. Aunque físicamente reaccioné como lo haría cualquier chico de mi edad, por dentro sentía miedo, asco, repulsión. Quería salir corriendo, llorar o simplemente desaparecer. Pero ninguna de las anteriores eran opciones para mí. Así que seguí hasta dejarla satisfecha, o eso creía yo, ya que la viuda quería más y yo simplemente quería escapar de ahí, de repente, recordé y entendí aquella frase que mi mamá entre risas y a la hora del té, le contaba a la viuda que solía usar con mi papá cuando no quería »hacer aquello»: »Me duele la cabeza». Y me funcionó. La viuda se fue muy sonriente. Mamá al despedirse de ella, le dijo que me daría una pastilla para »el dolor». Y papá por primera vez me abrazó con orgullo y me dijo que al fin soy un hombre.
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