Había una vez una brujita muy traviesa que vivía en la selva. Desde pequeña, le encantaban las flores y todo tipo de plantas. Vivía rodeada de árboles en un campo verde y hermoso.
Con el tiempo, la brujita decidió mudarse a la ciudad y encontró un lugar en un centro comercial. Durante el día se escondía, y por las noches salía a hacer travesuras.
Un día, salió antes del anochecer y encontró una tienda de deliciosos helados. Se le antojó uno de chocolate, así que se lo compró.
— ¡Mmm! Qué delicioso helado —dijo con alegría.
De repente, miró sus manos y exclamó:
— ¡Oh, no! Mis manos están sucias. Iré a lavármelas.
En ese momento, vio a un niño y le dijo:
— Niñito, ven por favor. Cuida mi helado mientras me lavo las manos. ¡Pero no te lo comas, eh!
El niño le respondió con una sonrisa traviesa:
— No te preocupes, brujita. No me lo comeré, jijiji.
Pero cuando la brujita fue al baño, el niño, muy pícaro, le dio ¡cinco lambidas al helado! ¡Ham, ham, ham, ham, ham!
Cuando la brujita regresó, le dio las gracias al niño:
— Gracias por cuidar mi helado. Ahora me lo comeré. Jijiji… ¡Pero espera! ¡Veo marcas de lambidas! ¡Niño travieso, te has comido mi helado!
El niño sonrió pícaramente, pero antes de que pudiera escapar, la brujita sacó su varita mágica y dijo:
— ¡Plin! ¡Que te conviertas en una hoja!
En un abrir y cerrar de ojos, el niño se transformó en una hoja verde.
— ¡Oh, qué bonita hoja! —dijo la brujita—. La guardaré en mi colección.
La brujita tenía una cajita donde guardaba una gran colección de hojas. Todas eran de diferentes tamaños y formas, pero siempre de color verde. Había convertido a muchos niños en hojas.
Cada año, al terminar la primavera, la brujita llevaba su colección de hojas al parque. Esperaba pacientemente a que soplara un fuerte viento y luego lanzaba las hojas al aire, diciendo:
— ¡Plin! ¡Que se conviertan en niños!
Y todas las hojas caían al suelo, transformándose nuevamente en niños. ¡Plam, plim, plem! ¡Hay, hay! Los niños caían al piso, asombrados, y luego salían corriendo en busca de sus papás.
Mientras tanto, la brujita, escondida, celebraba riéndose:
— Jijijijiji.
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