El calor de la ciudad se sentía sofocante a pesar de que ya había caído la noche. Lara caminaba entre las luces parpadeantes y el bullicio de las calles, su piel cubierta de una fina capa de sudor. Había pasado un largo día, pero algo la empujaba a continuar. Había recibido un mensaje, uno que había estado esperando sin querer admitirlo: «Te espero en mi estudio. No tardes.» Sabía de quién era. Sabía lo que significaba.

El estudio de Álex era un espacio apartado en lo alto de un edificio industrial, lejos del glamour de la ciudad, pero rebosante de la energía cruda y auténtica de su propietario. Lara había estado allí antes, pero esta vez era diferente. Esta vez no había pretextos ni expectativas fuera de lo evidente. Entre ellos, siempre había existido una atracción salvaje, incontrolable, una que habían evitado por años, hasta que ya no pudieron resistir.

Subió las escaleras de metal oxidadas hasta llegar a la puerta del estudio. Al abrirla, el aire caliente y cargado de la ciudad dio paso al ambiente íntimo del interior. Las paredes estaban desnudas, decoradas solo con pinceladas de colores oscuros y texturas que Álex usaba en su trabajo. Lo vio frente a la ventana, la luz de la ciudad reflejándose en su piel desnuda desde la cintura hacia arriba. Apenas se giró al sentir su presencia, pero la tensión era palpable.

—Sabía que vendrías —dijo con voz baja, como si todo lo que hubieran compartido hasta ese momento los hubiera llevado a esta noche.

Lara no respondió con palabras, porque no había necesidad de ellas. Su mirada lo decía todo. Cerró la puerta tras de sí con un suave clic, dejando fuera el mundo, y dio un paso hacia adelante, despojándose lentamente de la chaqueta que llevaba, como si cada movimiento aumentara la anticipación en el aire. Sus ojos se encontraron con los de Álex, y en ese instante supo que no había vuelta atrás.

Sin previo aviso, Álex cruzó la habitación en dos largas zancadas, y antes de que pudiera reaccionar, la tenía contra la pared. El frío del cemento en su espalda contrastaba violentamente con el calor que emanaba de su cuerpo. Sus labios se encontraron en un beso abrasador, cargado de todos los años de deseos reprimidos. No había suavidad, no había gentilezas, solo pura pasión, un hambre que los consumía a ambos.

Lara sintió sus manos fuertes deslizarse por su cuerpo, deshaciéndose de su ropa como si fuera un obstáculo innecesario. Sus respiraciones se entrecortaban, sus labios moviéndose frenéticamente, reclamando lo que había sido negado durante tanto tiempo. El fuego que ardía entre ellos no se podía contener, y cada toque, cada caricia era más urgente que la anterior.

La levantó del suelo con facilidad, sus manos firmemente sujetas a sus caderas mientras sus cuerpos se unían en una danza frenética, cada movimiento empujado por una necesidad que iba más allá de lo físico. Lara se aferró a él, sus uñas arañando su espalda mientras sus labios se desplazaban por su cuello, probando su piel, sintiendo cómo sus cuerpos se movían al unísono, perdiéndose en la vorágine del deseo.

El estudio, con sus paredes desnudas y su suelo de concreto frío, se convirtió en el escenario de su pasión desbordada. Cada rincón, cada sombra, parecía intensificar lo que sentían, como si el propio espacio estuviera alimentando su deseo. Álex la llevó hasta una de las mesas donde solía trabajar, sus manos dejando marcas invisibles en su piel mientras la colocaba sobre la superficie, sus cuerpos entrelazándose una vez más en una explosión de placer. Los sonidos de la ciudad, los coches, las luces lejanas, se desvanecieron a medida que ellos se perdían el uno en el otro.

—No puedo… parar —murmuró Álex, su voz ronca, mientras sus manos se aferraban a su cuerpo como si no quisiera dejarla ir jamás.

—No pares —respondió ella entre jadeos, sus piernas enredadas a su alrededor, incitándolo a continuar, a llevarlos más allá de cualquier límite.

El calor entre ellos creció hasta convertirse en algo insoportable, una necesidad tan profunda que los consumía por completo. Lara se arqueó hacia él, sintiendo cómo sus cuerpos se sincronizaban en un ritmo frenético, su piel ardiendo bajo el toque de Álex, su mente nublada por el éxtasis. El placer era tan intenso que casi dolía, una mezcla de pasión y necesidad tan cruda que parecía como si hubieran estado esperando toda una vida para llegar a este momento.

Los minutos se desvanecieron en una nebulosa de gemidos y susurros, de cuerpos entrelazados y miradas cargadas de promesas. Y cuando finalmente alcanzaron el clímax juntos, fue como si el mundo se desmoronara a su alrededor, dejándolos flotando en una burbuja de pura satisfacción. Los dos cayeron exhaustos sobre la mesa, el sudor brillando en sus cuerpos bajo las luces suaves del estudio, sus respiraciones aún descontroladas mientras el eco de su pasión resonaba en el aire.

Lara cerró los ojos por un momento, su cabeza apoyada en el pecho de Álex, escuchando el latido firme de su corazón, sabiendo que, por más que lo intentaran, lo que había entre ellos no se podía ignorar. El estudio, antes un lugar de creación, ahora era un espacio donde los deseos más profundos habían sido revelados. Y mientras las luces de la ciudad parpadeaban a lo lejos, supo que, en esa noche calurosa, ambos habían sido consumidos por un fuego imposible de apagar.

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