Loco de insomnio sintió que los ronquidos de su compañera de habitación eran los gruñidos de una bestia feroz y así de enloquecido, lo único que se le venía a la cabeza eran insanos pensamientos. Loco, triste, cansado y lleno de depresión abandonó el dormitorio y se refugió en una esquina del salón, dibujó el perfil que dejaba su sombra por la pálida luz de la luna sobre el vidrio de la ventana y observó lo que la noche tenía para dar.
Las calles de la ciudad descansaban del bullicio del día, las ratas masajeando las alcantarillas, los perros callejeros convertidos en señores de metrópoli y los hijos de las sombras viviendo a plena luz de faro, entre ellos, la sombra del amor prostituida en los susurros de promesas durante noches de placer. Todo esto despertó al monstruo dormido; pensamientos y dudas.
Un leve recuerdo nace en la mente del espectador, revive los viejos amores, las viejas pasiones y especialmente los viejos dolores. Entre el insomnio, el recuerdo y la apertura de las heridas, decide darle tranquilidad a su alma atolondrada.
Viste, calza, sale de la habitación y deja una nota de adiós:
«No eres tu Camelia, no soy yo, es el recuerdo de aquella vieja vida que no viví y que tú me negaste por tu anhelo incesante de aferrarte y abrazar el pasado.
Adiós Camelia, adiós, espero que superes tus miedos y dejes que el amor te cure el corazón y lamento no ser yo quien pueda curarte.»
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