Hay un pájaro molesto regañándome desde su rama. Su parloteo cincero me despierta de golpe de mi letargo. La soledad, ese parásito enquistado en mis huesos agónicos me tritura, pero sigo siendo ese ser detestable encerrado en la burbuja eterna. La juventud silenciosa metió su escurridizo cuerpo entre los pliegues del silencio. Ya no hay fuerzas. Me he acostumbrado a los coqueteos de la muerte. Nadie la ha visto pero presiento conocerla, es más la extraño. Un íntimo resplandor me alienta a huir. He buscado la montaña, presiento mi hora. Un glorioso momento que no podré explicar con palabras. La naturaleza me dan su consuelo pero no lo necesito. Las pensamientos mueren y una sutil brisa recorre mi cuerpo, Ya los discursos y las palabras sobran, ya nadie puede arrebatarme lo que es mío. Es mi tiempo. Toda la existencia se esfumó en un río a torrentes, cuando vemos el sol agonizar es el momento. Nada queda. Y todo daña.
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