¿Es el ser apenas un tránsito,
un relámpago entre dos vacíos?
¿O la nada siempre nos habitó,
silente,
como una daga invisible
que ahora al final nos atraviesa?
Todo se deshace en la distancia,
se licúa en un horizonte que no existe.
Quizá el destino no sea un lugar al que llegamos exhaustos,
sino el feroz acto de desprendernos, de saltar al vacío
con el alma desnuda y las manos abiertas,
aceptando por fin
la nada que siempre nos acompañó
ardiendo,
dentro de nosotros.
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