El cuerpo yace en la hierba,
pesado como el mundo mismo,
anclado a una realidad
que quema con su peso,
mientras algo más, algo feroz,
se desprende de la carne
como el grito de un alma
que jamás fue domada.
–
La piel, esa cárcel frágil,
es solo una frontera mal trazada,
un muro que se resquebraja
ante el ansia de lo inefable.
Hay algo más allá,
lo siento vibrar en el aire
como si todo lo que creemos saber
no fuera más que una sombra temblorosa
un eco de algo inmortal
que nunca supimos nombrar.
–
Toda verdad que tocamos
es solo el reflejo de una verdad
que nos arde en los huesos,
una llama que brilla demasiado lejos
¿Y si el ser no es más que un sueño febril
del que despertar es desvanecerse?
¿Si la vida misma es una herida
y la muerte su cicatriz?
–
Al separarnos, se abre un abismo tan profundo
tan brutalmente eterno,
que solo quien lo mira
sabe que el vértigo de la existencia
siempre estuvo allí,
esperando en las sombras,
como una fiera al acecho.
–
¿Es esta liberación
el grito final del espíritu?
¿O acaso siempre fuimos dos:
una carne que se aferra al barro,
y una chispa que arde,
que quema,
que nunca se deja atrapar,
aunque se consuma en su propio fuego?
OPINIONES Y COMENTARIOS