¿Por qué escribo?

Ya no mido el tiempo como el resto de los mortales; en horas, minutos o segundos. Para mí, este transcurre como una ráfaga de viento. ¿Qué más da lo que ocurrió en el pasado y lo que sucederá en el futuro, si lo único que realmente tengo es el presente? Escojo una a una las letras que componen cada palabra. El teclado de mi ordenador me proporciona un placer que soy incapaz de expresar, de tal modo que me limito a seguir escribiendo. No me importa el transcurso del tiempo y me olvido de él, pues me encuentro sumergida en un espacio atemporal. En este presente eterno, avanzo de tecla en tecla, palabra por palabra, sacando todo lo que hay dentro de mi cabeza. Quizá busque vaciarme, vomitar mis pensamientos y darles forma, para que, de alguna manera, se vuelvan tan eternos como el mismo presente en el que escribo. 

Si algo he aprendido en mi corta e inexperta existencia, es que lo abstracto se vuelve efímero. Tiene la particularidad de poder ser moldeado. Así, por ejemplo, una emoción que no se plasma  en el momento exacto en el que emerge, cambiará y se adaptará a las circunstancias externas. Dado que estas circunstancias son inevitablemente cambiantes, alterarán todo lo que sea susceptible de cambio. Lo que se percibe a través de los sentidos, siendo tan subjetivo, correrá el riesgo de ser interpretado de una forma totalmente errónea en el futuro. 

Es por la frustración que esta idea me provoca que escribo.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS