Entre sombras y silencios

Entre sombras y silencios

Dante Marlowe

14/10/2024

Llevaba días encerrado en el apartamento. O eso creía. El sonido del goteo en la canilla de la cocina marcaba el paso del tiempo, pero era la única cosa que me mantenía conectado con la realidad. El mundo afuera seguía su curso, pero en mi pequeño rincón de oscuridad, el aire era espeso, casi irrespirable. Las paredes susurraban mi nombre, como si quisieran decirme algo que no lograba recordar.

Estaba seguro de que me estaban vigilando. A veces, veía sombras moviéndose en el borde de mi visión, rápidas, fugaces, pero lo suficientemente reales para asustarme. Sabía que no era paranoia. Ellos estaban allí. Había comenzado días atrás, una simple sombra en la calle, un coche que parecía seguirme cada vez que salía. Pero ahora… ahora era más evidente. El espejo del baño, por ejemplo. La noche anterior lo había visto: una figura detrás de mí, quieta, con los ojos clavados en mi nuca. Cuando giré, no había nada. Pero sabía que había estado allí.

No me atreví a contárselo a nadie. Sabía que pensarían que estaba loco. Pero no podía negar lo que había visto, lo que sentía. Salí corriendo aquella noche, el corazón galopando sin control en mi pecho. Corrí sin mirar atrás, porque sentía que si lo hacía, ellos me atraparían. Corrí hasta perder el aliento y caer de rodillas en un callejón solitario.

Y entonces, lo vi: un hombre en un traje negro, con una sonrisa tan calmada como inquietante. Se acercó a mí, despacio, como si disfrutara mi pánico. Me levanté de golpe, dispuesto a huir de nuevo, pero me habló con voz grave, cortante.

—No sirve de nada correr —dijo—. Sabemos quién eres. Lo sabemos todo.

La desesperación me invadió. Estaba atrapado. No sabía por qué me estaban persiguiendo, qué querían de mí. Era cuestión de tiempo antes de que me atraparan. Volví a casa esa misma noche, cerré todas las puertas, las ventanas, pero sabía que no servía de nada. Ellos encontrarían la manera de entrar.

Los días siguientes fueron una mezcla de miedo y agotamiento. Dejé de comer, apenas dormía. Cada sonido en el edificio me sobresaltaba, cada persona que veía en la calle parecía una amenaza. Nadie me creería. No tenía pruebas, solo mis palabras, y sabía cómo sonaría todo aquello si intentaba explicarlo. Los murmullos en las paredes se intensificaban, los reflejos en los cristales deformaban mi rostro, haciéndolo irreconocible. Y cada vez más, esa sombra en el espejo parecía estar más cerca.

Hasta que sucedió.

Una noche, el silencio se hizo más profundo. Incluso el goteo en la cocina desapareció. Me di cuenta de que estaba esperando. Algo iba a pasar, podía sentirlo en el aire. Y entonces, la puerta se abrió de golpe. Ellos entraron. No lo vi venir, pero lo sentí. Me agarraron, arrastrándome fuera del apartamento mientras gritaba, pataleaba, intentaba resistirme. El hombre del traje negro estaba allí, su sonrisa intacta.

—Es hora —dijo, mientras me esposaban las manos y me subían a una camioneta blanca.

No sabía adónde me llevaban, pero el frío del metal en mis muñecas me hacía temblar. Sabía que el final estaba cerca. Mi mente no podía soportar más. Ellos lo habían logrado. Me habían encontrado.

La camioneta se detuvo frente a un edificio gris y monótono, y me arrastraron hasta una habitación blanca y estéril. Allí, en una silla de metal, me dejaron solo. Mis gritos resonaban en las paredes vacías, pero nadie respondía.

Hasta que escuché una voz. La misma voz grave y cortante del hombre del traje negro, pero esta vez no lo veía. 

—Todo ha terminado.

Y entonces, el ruido de las cadenas de mis manos desapareció. El frío del metal se desvaneció. Y la habitación, antes blanca y estéril, comenzó a desmoronarse ante mis ojos. Las paredes se disolvían como humo, el suelo se abría en fisuras oscuras. Nada quedaba.

Y allí, en ese abismo que se abría ante mí, la verdad me golpeó con una fuerza inhumana. 

Me desplomé en el suelo, ahogado por la revelación. Las luces fluorescentes del techo zumbaban sobre mí, y la fría realidad me envolvió.

—¿Cómo estás hoy, Marcos? —preguntó una voz suave.

Abrí los ojos. Una figura vestida de blanco se acercaba lentamente. Se inclinó y ajustó algo en mi muñeca, una suave presión en mi piel. Cerré los ojos un momento, solo un momento.

—Tranquilo, todo va a estar bien —dijo.

El eco de la puerta al cerrarse resonó en mi cabeza, dejándome solo con mis pensamientos, mientras el zumbido volvía, lejano pero constante.

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