Esa noche fue una de aprendizaje no esperado ni mucho menos deseado. Lo que narraré aquí fue mi tormento por menos de 24 horas entre la vida y el umbral de una despedida sin consuelo. Muy tristemente, se comprenderá sólo por quienes han pasado por este tipo de adiós.

Mis oídos se debaten entre el sonido uniforme del reloj y tu respirar quejoso. Mientras un frío dilema devana mi mente: ¿hasta cuándo? Advierto gotas de aguas saladas que recorren los surcos de mi rostro, los naturales y los que dibuja la desesperanza, mi desesperanza. Mi congoja crece a cada segundo vivido y al paso igual de tus quejidos. Cada silencio cuestiona mi fortaleza y acrecienta mi pena. Las dudas alborotan mi mente bombardeada por las interrogantes filosóficas habituales: ¿por qué, si eres tan pequeña, tan inocente? ¿decidí bien tu vida? ¿será la crueldad real o es sólo un concepto humano? Quizás sea una condición de purificación humana. Continua mi devaneo.

En ocasiones escucho mi eco repetir incesantemente: ¡acabemos ya con esta agonía! Aún nos queda el amanecer. Es curioso como el silencio, en ciertos momentos, nos hace percatarnos de trivialidades del entorno. Por eso el tono más bajo de tus quejidos hace notar la presencia de mi abanico y el ticta de mi reloj de pared. Cómo pude apreciar, cosas que parían desapercibidas se hacen notar. En esos momentos nos hacemos conscientes de otras dimensiones vivenciales caracteristicamente invisibles en nuestro diario. Surgen nuevas interrogantes: ¿la pena, el dolor espiritual o mental, serán atributos meramente de este plus juan perfecto / nun plus ultra llamado humano?

Un silencio más en tu quejido agonizante. Luego un suspiro profundo que sugiere expiración definitiva. Me oigo decir entre dientes: ¡deshazte de una vez y por todas de ese dolor que te privó de tu alegría! Lo prometido es deuda. No estarás sola en tu partida.

Otro de tus silencios y me enfrento conmigo misma vendiendo mi alma al mejor postor que te libere de tu suplicio. Sigo pensando… ¿será para ti una agonía… o es sólo cuestión de mi percepción? Quién sabe si el dolor y el sufrimiento son nada más que planteamientos humanos. Entonces si es sí, ¿cómo hacerte saber que tu agonía es también la mía? ¿Cómo hacerte saber que el amor que Dios sembró en mí acomparsa tanto tu alegría como tu sufrimiento?

Otro de tus silencios y aquí entran en batalla campal mis pensamientos y sentimientos contradictorios, peticiones para armarme de valor y para ayudarte a atravesar esa línea divisoria entre tu aquí y tu allá, ese tan mencioandao arcoiris donde ya no te pueda ver ni disfrutar. Mi rostro se humedece dejando reflejado ese encogimiento espiritual, esa inutilidad producto de la impotencia por no poder hacer nada para sanarte. Me bombardean los porqués de todo: ¿por qué ahora y no antes o después en tu vejez… por qué tan sólo aceptar?

De repente un quejido aún más agudo que los anteriores. Es ahí donde se desvanecen las esperanzas de un nuevo y mejor mañana. Una pequeña lluvia se presenta como presagio de un amanecer lloroso. De nuevo te oigo respirar. Parezco dormir entre devaneos, pero prosigue mi vigilia. No me queda más que escribir y esperar…

Una amanecida y el sueño mengua tu dolor. Yo penas dejo que el mío derrote mi paciencia y espero… la esperanza emerge tímida de dentro de los escombros de mi alma que ya ha dejado la incertidumbre. Al amanecer el sol casi advierte el nuevo día que se perfila esperanzador… por lo menos, eso creí. Mientras hago los preparativos para llevarte tú me miras. Comienzo por cuestionarme si sabrás lo que nos espera, si conocerás el sufrimiento… si entenderás el dolor que me embargó tu agonía…Mi corazón es fibra seca que se deshace con cada mirada tuya y pones tu cabecita sobre mi mano que antes te acariciaba. Ahora ¿quién consuela a quién?

Llegó la hora de irnos. Te perfumo para que no digan y te envuelvo en una toalla para que no te duelan los movimientos bruscos del yipeto. Camino al médico tu agonía se hace presente. Ya no son suspiros quejosos, ahora son jirimiqueos tímidos que van encrechendo cada momento. Tu dolor se hace inminente y mi sufrimiento crece con la impotencia y desesperanza a borbotones. Ya en la oficina del médico un chillido fue tu última queja y una mirada de despedida.

Mi querida Mima, lo prometido es deuda. Estuve contigo hasta el final. Sólo me diste tres semanas y calaste tan hondo que al pasar de los años te lloro como si fuera ayer nuestra despedida. Te recuerdo cogiendo aire en el balcón mientras tus orejitas flotaban y peleabas con el sonar de los barcos que entraban por la bahía; lo cajita de barrio que eras metiéndote con los caballos de la plaza a pesar de que no medías más de 8 pulgadas mientras que te miraban sabiendo que con su solo aliento te podrían volar hasta Cataño. Cabías en un pequeño bolso de mano donde paseabas. No queda más que decirte adiós mi niña. Nos veremos pronto. Por favor deja las chancletas de San Pedro quietas. Salúdame a Blanca, a Reina, a Pelusa y a Dogi con quienes compartí grandes momentos de mi vida. Si alguna vez te vuelven a enviar no vaciles en buscarme y hacerte presente en mi vida. La próxima tampoco te fallaré.

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