ECOS MÍSTICOS: LA MONTAÑA SUSURRANTE
En una fresca mañana primaveral, Carlos, María y Jorge, unos amigos unidos por un lazo inquebrantable forjado en años de complicidad, se adentraron en el espeso bosque que abrazaba la majestuosa cima de la Cordillera de los Susurros. El sendero sinuoso, como una serpiente de tierra y musgo, los guiaba entre árboles centenarios cuyas ramas parecían susurrar secretos ancestrales. Los arroyos cristalinos cantaban melodías eternas, sus aguas un espejo del cielo que se asomaba entre el dosel verde.
Carlos, un espíritu inquieto y líder natural, ajustó su mochila con un gesto decidido. Sus ojos, del color de la corteza mojada, brillaban con la anticipación de lo desconocido.
—¿Listos para desentrañar el misterio de la montaña? —preguntó, su voz se mezclaba con el viento que agitaba las hojas.
María, de mirada chispeante y corazón valiente como el de un colibrí enfrentando la tormenta, respondió con un rotundo:
—¡Siempre lo estoy!
Su sonrisa, un rayo de sol atravesando la niebla matutina, irradiaba confianza en cada palabra.
Jorge, el más reservado del trío, expresó su preocupación con una sonrisa nerviosa que bailaba en sus labios como una hoja temblorosa.
—¿Están seguros de que es seguro? He oído historias sobre esta montaña… —murmuró, sus ojos escudriñaban las sombras entre los árboles.
A medida que ascendían por el terreno escarpado y rocoso, cada paso era un desafío y una promesa. La determinación de María y la calma de Carlos se entrelazaban como raíces de árboles antiguos, alentando a Jorge a seguir adelante, superando sus propios miedos que se desvanecían como la niebla ante el sol naciente.
—¿Conocen la leyenda de la Montaña Susurrante? —preguntó Carlos, su voz era un hilo de intriga en el tapiz del silencio.
María y Jorge negaron con la cabeza, ambos fijaron sus ojos en su amigo.
—Se dice que en la cima habita el espíritu de un antiguo chamán. Aquellos que logran escuchar su susurro son bendecidos con la sabiduría de la naturaleza —continuó Carlos.
La leyenda flotaba entre ellos como polen en el aire, sembrando semillas de curiosidad y asombro en sus mentes. Cada crujido de rama, cada susurro del viento, cobraba un nuevo significado.
Al fin, alcanzaron la cima, donde la magnificencia del paisaje se desplegaba ante sus ojos extasiados como un lienzo pintado por los dioses. Valles profundos se extendían hasta el horizonte, ríos serpenteaban como venas de plata, y montañas distantes se alzaban como guardianes silenciosos.
La conexión con la naturaleza llenó sus corazones de un orgullo genuino, fortaleciendo su vínculo como amigos y compañeros de aventura. Fue entonces cuando un eco misterioso resonó en las montañas, un sonido que parecía provenir de todas partes y de ninguna a la vez.
—¿Lo escuchan? —susurró María, sus ojos brillaban con una mezcla de emoción y temor—. Es como si la montaña misma nos hablara.
Carlos, siempre dispuesto a compartir su conocimiento, comenzó a explicar el fenómeno del eco, pero sus palabras se perdieron en un nuevo sonido, más profundo y misterioso que el anterior. Era un murmullo ancestral, palabras en una lengua olvidada que resonaban en sus huesos.
En ese momento, el cielo se transformó. Las nubes de formas imposibles danzaban sobre sus cabezas, formando figuras que parecían contar historias de tiempos inmemoriales. Los tres amigos se encontraron maravillados y unidos por una sensación de asombro compartido, sus manos entrelazadas inconscientemente.
—Miren —exclamó Jorge, señalando una formación rocosa que no habían notado antes.
Tallado en la piedra, un símbolo antiguo brillaba con una luz propia, pulsando al ritmo de sus corazones acelerados.
Se acercaron con reverencia, y al tocar la roca, una oleada de imágenes inundó sus mentes. Vieron la montaña a lo largo de los siglos, testigo silencioso del paso del tiempo. Sintieron la conexión profunda entre todos los seres vivos, una red invisible que unía cada hoja, cada gota de agua, cada latido.
Cuando la visión se desvaneció, los tres amigos se miraron con ojos nuevos. Habían sido transformados por la experiencia, bendecidos con una comprensión que iba más allá de las palabras.
—Creo que hemos escuchado el susurro del chamán —dijo María, su voz teñía de asombro.
—Y nos ha mostrado algo hermoso —añadió Carlos, una nueva sabiduría brillaba en sus ojos.
Jorge, quien había temido los peligros desconocidos, ahora sonreía con serenidad.
—Creo que entiendo ahora. El verdadero peligro no está en la naturaleza, sino en olvidar que somos parte de ella.
La sorpresa de encontrarse con un grupo de montañistas amplió sus horizontes, y también les dio la oportunidad de compartir su experiencia mística. Juntos, narraron la leyenda y la visión que habían experimentado, creando un vínculo instantáneo con estos desconocidos que ahora se sentían como familia.
Al prepararse para descender, los tres amigos se detuvieron un momento más para contemplar el paisaje. El fenómeno místico en el cielo continuaba, las nubes formaban ahora un puente etéreo que parecía conectar su montaña con picos distantes.
—Esto no es un final —dijo Carlos, su voz llena de emoción y determinación—. Es solo el comienzo de algo mucho más grande.
María asintió, sus ojos brillaban con lágrimas de alegría.
—Hemos sido elegidos para algo, ¿no es así? Para proteger esto, para compartirlo.
Jorge, el que una vez había sido el más temeroso, ahora se erguía con confianza.
—Y lo haremos juntos, como siempre lo hemos hecho.
Con renovada determinación y un propósito que ardía en sus corazones, comenzaron el descenso. El sendero, antes familiar, parecía ahora transformarse con cada paso. Las piedras bajo sus pies brillaban con un tenue resplandor, como si absorbieran la luz del atardecer. El aire se volvió denso, cargado de aromas que evocaban recuerdos de lugares que nunca habían visitado.
De repente, el tiempo pareció ralentizarse. Cada movimiento se sentía como si estuvieran sumergidos en agua, sus cuerpos ligeros y pesados a la vez. Los sonidos del bosque se distorsionaron, mezclándose en una sinfonía etérea que resonaba en sus mentes.
Jorge fue el primero en notarlo. Sus pies ya no tocaban el suelo, sino que flotaban a centímetros de la tierra. María extendió su mano hacia una rama cercana, solo para ver cómo sus dedos atravesaban la corteza como si fuera niebla. Carlos, intentando mantener la calma, observó cómo su piel comenzaba a emitir un suave resplandor, pulsando al ritmo de los latidos de la montaña.
El mundo a su alrededor se desdibujó, los colores se mezclaron en una paleta imposible. Y entonces, en un instante que pareció eterno, sus cuerpos se disolvieron en la esencia misma del bosque. Se convirtieron en parte del viento, del agua, de la tierra. Podían sentir cada hoja, cada gota de rocío, cada rayo de sol como extensiones de sí mismos.
En este estado de unión, comprendieron verdaderamente el secreto de la Montaña Susurrante. No era solo un lugar, sino un portal a una conciencia superior, una invitación a formar parte de algo más grande que ellos mismos.
Tanto como había comenzado, la experiencia terminó. Se encontraron de nuevo en sus cuerpos, al pie de la montaña, como si hubieran dado un solo paso desde la cima. Pero sabían, con una certeza, que iba más allá de las palabras, que habían sido transformados para siempre.
El eco de sus risas, ahora mezclado con la sabiduría de los siglos, se fundió con el susurro del viento. Era una promesa de aventuras futuras, un recordatorio eterno de que la magia existe para aquellos con el corazón abierto, y es la esencia misma de la realidad, esperando ser descubierta por aquellos que se atreven a ver más allá de lo aparente.
FIN D.Ttupa
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