Te gustaría vivir en un mundo, donde la frontera entre lo posible y lo imposible se desvanece ante nuestros ojos. Un mundo que, con cada nueva creación, parece más cercano a la magia que a la ciencia, donde la tecnología se convierte en un puente entre lo que soñamos y lo que podemos tocar.
Imagina caminar sobre una acera que, tras el desgaste del tiempo, se cura sola bajo tus pies. Las paredes de tu hogar, al agrietarse, se regeneran en silencio, como si estuvieran vivas, como si el mundo mismo estuviera aprendiendo a cuidarse. En este lugar, la fragilidad del tiempo pierde su filo, y la naturaleza se mezcla con lo artificial, en una danza donde nada parece tener fin.
Y qué decir de la teletransportación, ese antiguo sueño que nos ofrecía la promesa de estar en todas partes y en ninguna, de tocar distancias con el solo deseo de estar lejos. Imagina cerrar los ojos en tu habitación, bajo las estrellas, y abrirlos en una playa distante, sintiendo la arena en tus pies al instante, sin el tedio de los vuelos, sin el peso del tiempo. Las despedidas serían menos amargas y el mundo, más pequeño, más cercano, más humano.
Los cielos, antaño reino exclusivo de los pájaros, ahora surcados por vehículos personales. El tráfico de las calles, sustituido por el suave zumbido de alas mecánicas que cruzan el aire, desdibujando el caos terrestre. Los horizontes se multiplican y volar ya no es un sueño, sino una elección.
Pero el verdadero asombro estaría más allá de la Tierra. En los confines del cosmos, donde los cuerpos que flotan entre las estrellas estarían sujetos a la gravedad artificial, permitiendo a los humanos no solo sobrevivir, sino prosperar en ese vacío infinito. El espacio, antes hostil y lejano, se convertiría en una extensión natural de nuestra curiosidad, en un hogar secundario.
Sin embargo, mientras piensas en todo esto, una sensación inquietante se apodera de ti. El mundo parece demasiado perfecto, tan lleno de maravillas que raya en lo irreal. Te preguntas si vivir en un lugar así no sería, en cierto modo, una trampa para el alma, donde todo deseo se concede sin esfuerzo, donde el anhelo de más, de descubrir, de luchar, se extingue lentamente. Un mundo conquistado.
Abres los ojos y te das cuenta de que ya vives en ese mundo, donde cada avance te promete el paraíso, pero también te arrebata el asombro más primario: el de ser humano, el de encontrar la belleza en la imperfección.
El verdadero invento que nunca te dijeron sería el último: la capacidad de sentir nostalgia por lo que jamás existió. Y yendo a crear lo que nunca será.
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