Susurros
El portador de los candados
DÍA UNO
(Parte primera)
Cuando el verbo creó al mago, le dio muchos dones y vida eterna para vivir entre los mundos de polvo de la creación. Fue consagrado en el fuego para darle una armadura inmortal, con la sagrada espada de las vidas mutantes; su piel fue flagelada en cada micra para hacerlo resistente a cualquier tortura. Los veintiún serafines de cobre que llenan de incienso el altar divino lo pasaron por el humo sagrado para dotarlo del don de la clarividencia y que ningún conocimiento le fuera ocultado.
Y en la cueva de los vientos, en donde todo ser que nace es perpetuo, las seiscientas vírgenes del agua sagrada parieron su cuerpo, tan lánguido y latente. Por orden del que todo lo crea, un báculo del árbol del tiempo le fue entregado.
Siete grandes títulos dieron los ojos eternos del cielo de luz para ejercer los grandes poderes en toda creación de polvo o de luz en los innumerables planetas de la existencia misma. Después, ante los primeros setenta y dos grandes arcángeles primigenios, se le colocó en la piel un cerrojo de metal ardiente por cada alma que en el planeta azul fuera a existir desde que fuera creado hasta que sus moradores le destruyesen.
Y cuando esos grandes arcángeles abrieron el gran espejo que muestra la verdadera existencia y colocaron al mago para mirarse
El espejo exclamó
—Te has mirado eterno y aún no has dado el primer llanto al nacer — Piensas si los candados premian las almas para salvarlas o las aprisionarán para castigarlas.
En ese instante, el mago miró su cuerpo y sintió el peso del metal que colgaba de su cuerpo y sintió lágrimas que salieron de cada uno de sus ojos y un fénix las tomó entre sus plumas y las llevó a la cueva de los vientos.
CONTINUARA
CLEMENTE MUJICA PONCE
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