EL ANTRO DE LA SALAMANDRA
Capítulo I
Con los pies descalzos en la arena caminaba por la playa donde se perdía su mirada y se reencontraba con su ser. Quizás porque era inmenso el horizonte y sus ojos sobre el mar captaban a lo lejos el regreso de las gaviotas.
No tenía nada que perder pero tampoco le interesaba ganar alguna cosa que al final no pudiera poseer, por eso; hiso suyo el sonido de las olas, las caricias del viento, el olor de las algas y aquellos viejos recuerdos que por momentos le invadían el alma.
Rosa, buscaba entender porqué había regalado una parte de su vida, porqué desde que Arturo se fue se sentía vacía,
— no creo que nos debamos pertenecer–, se decía a sí misma, –es justo que cada uno valla por donde quiera ir–, repetía; mientras apretaba los dientes y simulaba una sonrisa.
Yo me encontraba más o menos igual, solo que mis problemas no eran por amores, estudiaba filosofía y escribía cartas a la vida que nunca dirigía a nadie en especial, era como si todos mis anhelos se reducían a pensar en aquellas cosas subjetivas que envuelven la existencia del ser humano.
Aquella tarde fui al mar con el fin de organizar mis ideas, me senté sobre una roca bajo la sombra de una Coccoloba, saque un blog de notas y empecé a cuestionar, pero ¿de que valen mis preguntas si al final a nadie le importa?, ¿para quien escribo estas notas que no completan una estrofa ni mucho menos una canción?.
–pareces un poeta—
Dijo una voz.
–¿Me dejas leer lo que escribes?—
Preguntó.
Dude por un momento y no supe que contestar, solo la miré con los ojos bien abiertos porque me pareció tan hermosa que por un instante me faltó el aliento.
Traía un vestido azul ajustado a la figura de su cuerpo, las zapatillas en las manos y los pies empapados de arena que se pegaba con la humedad, un poco nostálgica pero con el busto bien erguido reflejando en sí misma cierta seguridad.
–hola que tal—
Me saludó de forma más directa.
Tardé unos segundos en responder, se me atragantaron las palabras porque iba repitiendo en voz alta lo que escribía, por eso ella escuchó y al hablarme entré en una especie de shok por el contraste que se hiso, entre el desorden de mis ideas y aquel encuentro inesperado. Su belleza y el mar, la brisa en la tarde, las gaviotas y las olas, hacían el paisaje perfecto.
–hola–
Me limite a responder con la mirada distraída intentando ocultar la impresión que me causó su atractivo. Permanecí sentado sobre la roca, luego bajé la vista al suelo y mis ojos la recorrieron desde la arena de sus pies hasta las curvas de sus caderas. Para ser sincero lo último que le vi fue el rostro, pero que hermosa era, ¿que hacía caminando por allí en una playa solitaria?. Era una ciudad costera pero no toda sus playas estaban habilitadas, nos encontrábamos aproximadamente a 200 metros de la zona urbana. Aquí, de manera ocacional; solo frecuentaban deportistas, pescadores y alguna que otra pareja de novios buscando privacidad en campo abierto.
Hablamos de todo un poco como si nos conociéramos de antes, ambos evitando entrar en temas personales, solo tratamos pequeñas cosas de la vida y que ironía, las misma cosas que guiaban mi filosofía…
La tarde avanzó de prisa, el sol cayó somnoliento, caminamos hacia la salida alejándonos del mar, nos adentramos en la cálida y bulliciosa ciudad. Barahona.
Nos dijimos adiós sin proponer que volvamos a vernos, solo nos marchamos cada uno cargando con el peso de su silencio.
Bendita noche en la que sin perder el sueño me niego a dormir, ¿de qué me sirve un nombre sin una dirección?, tenía un lápiz y un papel, pude pedirle su número de teléfono, pero jamás se me ocurrió, quizás fui muy tonto; me lamenté al infinito, tal vez algún día la vuelva a ver y preguntarle ¿Rosa para qué existo?
Ves, es esta filosofía la que no me deja relacionarme bien con la gente. ¿porqué pienso tanto?, ¿porque soy tan diferente? esa es la última maldita pregunta que se le puede hacer a una mujer, al menos eso me había quedado claro.
Volví al mar al día siguiente a reintentar organizar mis ideas y aunque digo la verdad, confieso fue una excusa, me movían más las ganas de volver a verla.
El crepúsculo de la tarde se puso un poco antes que ayer, el cálido sol se hacía agradable al mezclarse con la brisa fresca que soplaba desde la bahía, sentado en la misma roca frente al mar, después de mirar las olas, retomé lo que escribía.
Perdí la noción del tiempo, no puedo calcular los minutos que pasaron desde que empecé a escribir hasta el momento en que su silueta apareció en la distancia. Sentí un vuelco en el corazón, no lo podía creer, ¿será ella?, se acercaba tan serena como el viento de retorno que se filtraba entre las hojas.
Cuando estuvo a pocos metros, se despejaron mis dudas, hoy vino con unos jeans ajustado y una blusa blanca desmangada, sus zapatillas en las manos y una sonrisa en la nostalgia.
–hola que gusto verte—
Me saludo.
— hola como estas—
Le respondí.
–Ayer te vi tan concentrado en tu escritura que sentí curiosidad, quiero ver lo que escribes—
- Me dijo una vez más.
- Volví a dudar, no estaba seguro de que a una chica de hoy le interesaran temas de filosofía.
–son solo ideas tontas, nada en particular—
Agregué
–¿me permites?—
Dijo extendiendo su mano derecha apuntando al blog de notas.
Cedí sin resistencia y le entregue mis apuntes con las páginas abiertas, se recostó de una rama y leyó.
Aún puedo recordar el instante en que halle mi presencia, fue como el despertar de un sueño sin realidad antecedente, no sabía dónde estaba, ni de donde había venido, ni la razón de estar allí, pero estaba y no podía menos que existir…
Había despertado sin saber porque, sin comprender como, ni para qué, sin embargo, desperté…
Entonces supe que era el principio .
Cuando terminó de leer, apoyó el blog en sus blancas manos, suspiró mirando hacia el mar, como quien piensa en voz alta repitió:
–entonces supe que era el principio—
Yo, respiraba en silencio, no esperaba ningún alago ni aprobación, solo escribía los pensamientos que me daban vuelta en la cabeza y que no me dejaban tranquilo hasta que los dejaba salir, los escribía para reconfortarme sin pensar en la impresión de los demás, luego los almacenaba en un viejo armario donde con el tiempo los olvidaba.
–gracias por compartir conmigo tus pensamientos, no tienes idea de lo bien que me han hecho sentir; jamás había pensado tan profundo sobre mí existencia pero has atinado en mi vivir. Me acabas de recordar que estoy en el principio—
Estas fueron sus palabras dichas con sinceridad, parecía que en aquel texto había encontrado una dirección:
— jamás supe valorar las grandes oportunidades que me ha dado la vida, era como sin nunca me encontraba preparada para iniciar una relación, muchos chicos intentaban conquistarme pero ninguno me llamaba la atención—
Agregó.
Eso si me pareció profundo, yo de amores no sabía mucho, a mi corta edad había tenido algunas novias pero jamás me había enamorado de ninguna.
Hubo un silencio y un respiro, la brisa del mar soplaba lento, las gaviotas empezaban a regresar, la tarde se hiso más agradable.
Irrumpió el silencio y sin meditar si me importaba empezó a contarme:
–no hice nada para darme una oportunidad con Arturo, era un muchacho bueno a quien me habría gustado poder corresponderle, pero sentía que algo le faltaba, quizás madurez, yo por mi parte siempre estaba en mi rutina y no sentía esa magia que me permitiera abrirme con su forma de ser—
Dijo.
–no tuve el valor de dedicarme a él, tampoco sabía porque tenía que hacerlo, me incomodaba saber que sus emociones ahora dependían de mi comportamiento, me aterra la idea de sentirme responsable por la felicidad de alguien mas, no nací para esto; sin embargo, ha sido la única persona por la que he sentido un poco de amor—
Agregó.
Le escuchaba sin saber que decir y creo que siempre estará agradecida de que no dijera nada en ese momento.
–hace dos semanas se fue y me duele en el alma, llegue a sentir algo especial por él, pero nunca supe como tratarlo porque soy muy rara—
–¿Cómo así rara?—
Esta vez le pregunté.
–Es algo complicado–.
Me respondió.
No quise indagar más, cambié la conversación, dos parejas de gaviotas batían sus alas sobre el viento y antes de que se ponga el sol, me asegure de tener anotado en mi blog su nombre y su teléfono.
EL ANTRO DE LA SALAMANDRA
Blas Cuevas Jiménez
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