Un chico camina con un monopatín bajo la axila derecha. Viste ropa holgada y vieja, con algunos agujeros en la parte trasera del pantalón. La mañana es más cálida de lo habitual y el chico aprecia y disfruta la tenue luz solar que incide sobre sus párpados. «El día es todo para mí», se dice a sí mismo con una media sonrisa.

El camino que conecta el campamento con el skatepark recorre todo un canal con aguas plateadas, flanqueado por arbustos y árboles de varias especies. Estos se reflejan en el agua, doblando la tonalidad verdosa que baña el paisaje de verano. A Luke todo lo que observa esta mañana le parece hermoso. Cuando tan solo quedan un centenar de metros para llegar a su destino, descubre, al otro lado del canal, una laguna brillante, rebosante de agua por las lluvias de los días anteriores. Al final, en el borde de la gran masa de agua cristalina, divisa un ave que le llama la atención. No puede creer que esa criatura tan grande, con un pico prominente y patas largas como las de las cigüeñas, esté justo en frente de sus ojos. Entonces, para inmortalizar el momento, saca su teléfono y fotografía la escena. Se decepciona porque lo que está viendo delante de sus narices no tiene nada que ver con lo que aparece en la pantalla de su Realme. Sin embargo, envía la imagen a María. «¡B! Mira lo que estoy viendo. No lo puedo creer», le escribe inmediatamente después.

“Es una garza real. Debe haber migrado al norte por el calor del verano”, responde la chica tras haber introducido la imagen en Google Lens. A ella lo que le impresiona no es la garza en la laguna, sino que, en cuestión de segundos, gracias a su teléfono móvil, ha podido identificar qué clase de ave es la que aparece en la foto que su novio le ha enviado desde Inglaterra. Se imagina que, si no dispusieran de esa tecnología, Luke habría visto la garza, se habría detenido a admirarla y habría seguido su camino hacia el parque. Ella seguiría leyendo “Where the Crawdads Sing” en el sofá del salón, sin ningún otro tipo de interrupción que no fuera el rugido de su estómago hambriento. Tal vez nunca se habría enterado de que su novio vio una garza el verano que pasó trabajando en un campamento de su país de origen. O quizá se lo habría contado a la vuelta de las vacaciones, si se diera la oportunidad en una de las miles de conversaciones que podrían tener. Pero lo que sí es muy probable es que Luke nunca sabría qué pájaro majestuoso había estado apreciando.

Además, lo que le resulta más llamativo a María no es ni siquiera esa desinformación o ausencia de conexión de aquella hipotética situación, sino la facilidad con la que se viviría sin la necesidad de compartir cada uno de los detalles observados. Que algo sea suficiente para uno mismo, que se pueda quedar adentro, en el recuerdo. Ahora, piensa, parece que solo nos importa lo que se puede mostrar al resto del mundo, lo que un puñado de seguidores puedan ver a través de sus pantallas. Sería mucho más sano, piensa ella, empezar a creer en el valor de lo cotidiano, de lo efímero, que hoy lo ves y mañana ya no está. Que sea hermoso solo porque ocurre una única vez, sin hacer ruido, en plena intimidad con la experiencia de uno mismo. Y en lo atractivo que resulta el misterio, preguntarse eternamente qué hacía ese ave en ese lugar y por qué lo miraba.

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