«Detrás de las paredes que ayer se han levantado,

 te pido que respires todavía»

Charly García.

Hoy la ví pero no me habló. Mientras la veía alejarse, se dio vuelta, me sonrió, y me hizo aquella seña con la que sabíamos que todo estaba bien.

  Yo viajaba de casa en casa, ella pintaba en el sótano de su abuela los carteles. Nos veíamos los jueves por la mañana en el bar que había a dos cuadras de su casa. Siempre nos sentábamos en la mesa del fondo, ahí éramos menos visibles y por un par de horas nos olvidábamos de todo y de todos. Muchas veces el café quedaba frío sobre la mesa, porque tomar café no era lo más importante en aquel momento. 

Con el tiempo las cosas se fueron complicando cada vez más, y nuestros encuentros se hacían difíciles de concretar, así que tratamos de buscar la forma de vernos. Teníamos un lugar secreto donde nos dejábamos mensajes. Yo pude guardar un par, el resto los perdí cuando entraron a lo de Miguel, por suerte esa semana él se había ido a Bahía Blanca y yo a lo de mi tío en Lanús.

  No sé cuánto pasó desde que la ví por última vez, acá se hace difícil tener noción del tiempo, algunas veces los días parecen eternos, otros no tanto. Tampoco puedo saber con certeza cuántos somos acá, solo sé que no estoy solo, puedo oír entre los muros los murmullos de otros. A veces no sé qué es peor, si la incertidumbre de no saber si soy el próximo, o los gritos desgarradores de los otros. 

Cada vez estoy más perdido y no tengo ni idea cuánto tiempo hace que estoy acá, lo único bueno es que ya no me llevan tanto porque me desmayo pronto y tardo mucho en recuperarme, a veces creo que más de un día. Ayer hubo mucho movimiento, me parece que se llevaron a unos cuantos compañeros, según nos dijeron nos iban a largar de a poco por tandas. Anoche el que me trajo la comida me susurró al oído: 

 – tranquilo pibe, que mañana salis volando como pajarito vos también.-

Me están trasladando con cuatro pibes y dos chicas, lo sé porque nos hicieron numerar, yo era el tres. Antes de subir sentí un piquete en el brazo. Mientras viajo pienso en cómo me voy a comunicar con ella, si seguirá acá o si habrá podido salir del país. Miles de preguntas se me vienen a la cabeza. La sensación de cansancio y pesadez me invade todo el cuerpo, de repente las caras de mis amigos aparecen como flashes intermitentes. Todo se sacude, nos chocamos unos con otros los hombros, y todo se vuelve desordenado… Me invade el olor de aquel café que se iba enfriando sobre la mesa y distingo a lo lejos su sonrisa y fue entonces que la ví pasar, pero no me habló, sólo me sonrió y me hizo una de nuestras señas y mientras a ella el viento le arremolinaba el pelo a mi me pegaba en la cara y fue ahí en ese instante que entendí que estábamos libres como los pajaritos.

                                                                                                                                 

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