Acerca del Dolor
El dolor es uno de los primeros sentimientos que aprendemos en la vida. Desde que comenzamos a tener uso de razón, nos enseña a tratar de protegernos con las manos cuando nos caemos; que el calor y el fuego queman y que meter los dedos en el enchufe es, probablemente, una muy mala idea. Así como atajar una pelota con la cara o aterrizar de rodillas en el asfalto. Me atrevería a decir que es el encargado de ponernos los pies sobre la tierra y hacernos comprender los límites de la naturaleza y el mundo que nos rodea.
Hasta aquí resulta simple de entender la mecánica del dolor, ya que estamos hablando de dolor físico. Se trata de un sentimiento tangible, palpable y hasta visible. Pero también existe otro tipo de dolor, que es un tanto más complejo. Puede incluso ser más fuerte y más lento de sanar. A simple vista suele pasar desapercibido cuando alguien lo está padeciendo, aunque esto no quiere decir que no pueda sentirse físicamente. A veces duele en el medio del pecho o en el estómago, e incluso suele hacerse notar mediante un nudo marinero que se instala próximo a la garganta.
«No hay dolor que duela más que el dolor del alma» reza la canción de “No Te Va Gustar”, y los que lo hemos sufrido (es decir el 99,9% de la población humana adulta) sabemos cuan cierta es esta oración. El dolor del alma son ganas de llorar con una canción que antes considerábamos “boba”, con una foto en nuestra galería, con un inoportuno recuerdo de Google o una frase subida a Instagram por algún gurú de la inteligencia emocional.
Es un armario demasiado grande, un cajón vacío, una casa en silencio, una cama fría. Solemos asociarlo con falta de ganas, con no poder salir de la cama. Pero también el dolor nos empuja a movernos. Tiene mucho de sensación de tocar fondo y ese fondo irremediablemente sirve para dar impulso, elevarse y salir a flote.
El dolor del alma es pensar mucho. En los por qué y en los cómo, también en los desde cuándo y en los –si estaba todo bien ¿cómo es posible?-.
Cuando llega ese dolor, trae la necesidad de dejar morir infinidad de cosas que aún rebalsan de vida. Es angustia y tristeza, pero también es reencuentro. Reencuentro con lo simple y con lo olvidado, con lo más puro y valioso de nuestro ser. Uno tiende a añorar las pequeñas cosas que ya no tiene y que antes no se detenía a valorar. Pero también uno se aferra, para salir de la tormenta, a todo lo que sí le queda, e incluso encuentra nuevos motivos para amar la vida.
El dolor, en cualquiera de sus dimensiones, es sinónimo de rotura. Me cuesta pensar en un dolor que no venga de algo que se rompió. Una fibra, un músculo, un hueso, una ilusión, un sueño, una meta, una idea, un concepto, una estructura, un amor, una relación, un hogar, un refugio.
El dolor también es querer ser mejor para la próxima. Siempre es bueno recordar que si existe dolor es porque hay vida, y que lo que es pena hoy será sabiduría mañana. Pienso, entonces, que entre las muchas características que tiene el dolor, sin dudas la más importante y noble sea su enorme función didáctica y su bendita misión de ser el primer y más grande maestro de nuestras vidas.
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