Cuando Laura encontró al gato, supo que algo andaba mal. No era su apariencia, ni siquiera su actitud reservada, que bien podría pasar por la de cualquier gato común. Era su mirada, esa forma de observarla con intensidad, como si esperara algo de ella. Al principio, no le dio demasiada importancia, lo llevó a su departamento, lo alimentó y lo dejó dormir en su cama.
Pero fue la primera noche cuando notó lo extraño. En medio del sueño, Laura despertó de golpe y, entre las sombras, vio al gato sentado en el borde de la cama, mirándola fijamente. No era el simple observar de un animal curioso. Era como si estuviera estudiándola, con un conocimiento que sobrepasaba lo natural. Un escalofrío le recorrió la espalda, pero se obligó a pensar que estaba imaginando cosas. A la mañana siguiente, todo parecía normal.
Lo inquietante fue que el gato no la seguía como los demás. No necesitaba hacerlo. Cada vez que Laura cambiaba de habitación, el gato ya estaba ahí, sentado en un rincón, observando. Si ella lo dejaba en el salón y se iba al baño, al abrir la puerta, lo encontraba esperándola. Era como si pudiera estar en dos lugares a la vez, pero siempre mirándola.
Con los días, Laura comenzó a notar algo aún más perturbador: el reflejo del gato en los espejos no coincidía. Cada vez que pasaba frente a uno, veía al gato reflejado en una postura distinta a la que tenía en la realidad. A veces, mientras el gato dormía tranquilamente en el sofá, su reflejo en el espejo la miraba directamente, despierto y atento.
El miedo empezó a invadirla. Intentó evitar los espejos, cubriéndolos o simplemente no mirándolos, pero la sensación de estar siendo observada desde ambos lados crecía. Una tarde, mientras leía en el salón, notó algo aún más extraño. Miró de reojo el reflejo del espejo que cubría la pared frente a ella. En el cristal, el gato estaba sentado en la mesa, aunque en la vida real seguía a su lado, quieto. Pero lo peor fue que el gato del espejo no se parecía al que ella tenía a su lado. Su pelaje era más oscuro, sus ojos más profundos, y esa expresión… como si supiera algo que ella aún no comprendía.
Laura se levantó de golpe, los nervios a flor de piel. Caminó hasta el espejo, decidió enfrentar lo imposible. Al acercarse, el reflejo del gato permaneció inmóvil. Pero cuando llegó a pocos centímetros del cristal, el gato en el espejo parpadeó. Fue apenas un segundo, pero lo vio. El reflejo parpadeó antes que el gato real.
En ese momento, comprendió que había estado viviendo en dos realidades distintas. Dos versiones de su vida, coexistiendo, superpuestas. Y el gato, o lo que fuese ese ser, era el puente entre ellas. No sabía cuál de las dos era la real, ni cuál era la que pertenecía al espejo. Pero sabía que el gato lo sabía, y que tarde o temprano, tendría que elegir.
La próxima vez que miró al espejo, su propio reflejo ya no estaba.
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