El guerrero avanzaba entre las sombras de la biblioteca, su armadura resonando con un eco metálico que parecía ahogar el silencio de los libros dormidos. Su rostro estaba endurecido por años de traición, de estrategias calculadas y batallas internas que lo consumían. Cada paso que daba parecía llevarlo más lejos de su lealtad, más cerca del abismo de su ambición desmedida. El volumen de El Arte de la Guerra que lo había dado vida aún pesaba en su mente, recordándole cada lección aprendida y cada línea cruzada. Derrocar al rey era su destino, su ansia de poder implacable.
Entre los estantes oscuros, una figura emergió de las sombras, una mujer que parecía tan fuera de lugar en ese entorno como él. Catherine Earnshaw, con su vestido blanco que se fundía con la penumbra, su mirada febril y sus ojos llenos de un tormento profundo, lo observaba como si lo hubiera estado esperando toda su vida. Su cabello enmarañado caía desordenado sobre sus hombros, como un reflejo de su propia alma destrozada. La pasión y el dolor que la consumían irradiaban de ella como un aura oscura, una advertencia para cualquiera que se atreviera a acercarse.
El guerrero, acostumbrado a enfrentarse a enemigos de carne y hueso, se detuvo frente a ella, sintiendo una tensión que no conocía. Aquí no había espadas, no había ejércitos, pero la batalla emocional que se libraba en esa sala era mucho más devastadora.
—¿Quién eres? —preguntó, su voz grave, aunque con un leve temblor que traicionaba su calma habitual. Estaba acostumbrado a dominar a los demás, a imponer su voluntad, pero en ella vio algo diferente, algo que no podía controlar.
—Soy la que ama a un muerto —respondió Catherine con un susurro, como si la verdad de sus palabras la desgarrara por dentro—. La que está condenada a vivir entre la pasión y la locura.
El guerrero frunció el ceño. No entendía el tipo de amor del que ella hablaba. Para él, el amor era un lujo, una distracción que solo debilitaba a los hombres fuertes. Él había aprendido a cortar todos los lazos que lo hacían vulnerable. El poder y la traición eran su única brújula.
—El amor… —dijo con desdén, mirándola como si estuviera frente a una criatura incomprensible—. El amor es lo que destruye a los hombres. Es lo que los vuelve ciegos ante la oportunidad de conquistar el mundo.
Catherine lo miró profundamente, como si sus palabras hubieran tocado un lugar en su alma que ya estaba herido. Su risa, suave pero llena de amargura, resonó entre las estanterías.
—¿Y qué te queda cuando no hay amor? —le preguntó, su voz temblando levemente—. He amado a un hombre que me ha destrozado, que ha devorado mi corazón con su oscuridad. Pero prefiero mil veces el dolor de ese amor a la frialdad del poder que buscas.
El guerrero dio un paso hacia ella, sus ojos oscuros fijos en los de Catherine. Había algo en ella que lo atraía, una ferocidad emocional que él mismo había reprimido durante años. Se dio cuenta de que la traición que lo había marcado no era tan diferente de la traición del amor que ella había sufrido. Ambos estaban atrapados en sus propias emociones destructivas, aunque sus caminos hacia la ruina fueran diferentes.
—El poder te da libertad —respondió el guerrero, su voz ahora más baja, como si estuviera hablando tanto para ella como para sí mismo—. Te libera de la necesidad de depender de otros. El amor, en cambio… te esclaviza. Te encierra en un ciclo de sufrimiento del que nunca puedes escapar.
Catherine lo observó durante unos segundos, sus ojos ardiendo de pasión y rabia. Cada palabra del guerrero era como una daga clavándose en su alma, pero no era ajena al dolor. El amor por Heathcliff, un hombre que la había consumido desde el primer momento, la había encadenado a un destino trágico. Sin embargo, mientras escuchaba al guerrero hablar de poder, supo que él también estaba encadenado, aunque de una manera distinta.
—El poder no te liberará —dijo ella suavemente, pero con convicción—. Solo te encerrará en una jaula que tú mismo habrás construido. ¿Y qué harás cuando mires alrededor y te encuentres solo? ¿Qué harás cuando el peso de tus traiciones te ahogue?
El guerrero sintió un escalofrío recorrerle la columna. Nunca había pensado en el final de su camino. Siempre había estado enfocado en el próximo paso, en la siguiente traición, en el próximo rey a derrocar. Pero las palabras de Catherine lo obligaban a ver más allá, a imaginar el vacío que le esperaba si continuaba en esa senda. ¿Realmente era el poder lo único que deseaba?
—No soy como tú —dijo, pero sus palabras ya no tenían la certeza de antes. Catherine había plantado una semilla de duda en su mente—. No necesito amor para sentirme vivo.
—¿Estás seguro? —preguntó ella, acercándose un poco más, su voz apenas un murmullo—. Porque yo sí. Yo sé lo que es estar viva, aunque sea en el dolor. Y eso es algo que tú nunca entenderás mientras sigas huyendo de lo que realmente eres.
El guerrero la miró fijamente, sintiendo una incomodidad que nunca había experimentado en una batalla. En sus ojos vio el reflejo de su propio tormento, la lucha que ambos compartían. Catherine estaba destrozada por el amor, y él, por la traición. Ambos eran prisioneros de sus propios demonios, pero en ese momento, en la soledad de la biblioteca, algo se rompió en su interior.
—Heathcliff… —susurró Catherine, sus ojos empañándose de lágrimas—. Mi amor por él es mi maldición, pero también mi verdad. He renunciado a todo por él, incluso a mí misma. ¿Qué has renunciado tú, guerrero? ¿Qué has perdido en tu búsqueda de poder?
El guerrero no respondió de inmediato. Las palabras de Catherine lo golpeaban en un lugar profundo, donde los años de ambición no habían podido llegar. ¿Qué había perdido? ¿Acaso no había sacrificado más de lo que quería admitir? Familia, lealtades, amigos… todo lo había dejado atrás en su implacable búsqueda de poder. Pero ahora, frente a Catherine, se preguntaba si realmente valía la pena.
—He perdido… demasiado —admitió finalmente, con un tono que era más vulnerable de lo que pretendía—. Y lo peor es que no sé si puedo recuperarlo.
Catherine asintió lentamente, como si comprendiera el peso de su confesión. En ese instante, dejó de ser la mujer atormentada que solo vivía por un amor imposible. Se convirtió en alguien que podía ver más allá de su propio dolor, que podía ofrecer una verdad que el guerrero necesitaba escuchar.
—No puedes recuperar lo que has perdido —dijo—. Pero puedes decidir qué hacer con lo que te queda. El poder te llevará a un destino vacío. Lo sé porque yo misma he llegado a un destino vacío, siguiendo mi corazón. Quizás sea hora de que ambos encontremos una nueva manera de vivir.
El guerrero la miró con una mezcla de admiración y dolor. No sabía si estaba listo para renunciar a su ambición, pero por primera vez, sintió que tal vez había otro camino, uno que no estuviera tan lleno de traiciones y soledad.
En ese momento, la biblioteca pareció respirar. Las sombras alrededor de ellos se desvanecieron un poco, y aunque ambos sabían que sus historias continuarían por caminos separados, esa conversación, ese encuentro, había dejado una marca en sus almas.
El guerrero dio un último paso hacia Catherine y la miró profundamente a los ojos.
—Quizás tienes razón —dijo—. Quizás hay algo más que el poder.
Catherine sonrió tristemente y, sin decir más, se dio la vuelta y desapareció entre las sombras, llevándose consigo el eco de sus propias emociones destructivas.
El guerrero la observó desaparecer, sabiendo que algo había cambiado dentro de él.
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