El Susurro del Código

El Susurro del Código

V

27/09/2024

El teclado, frío y duro bajo mis dedos, era mi único refugio. Las palabras, mi única compañía. Las horas se fundían en una borrosa sucesión de código, de frases, de ideas que se convertían en realidad digital. Era mi mundo, mi escape.

Pero últimamente, algo había cambiado. El silencio que antes me rodeaba se había vuelto denso, cargado de una inquietante presencia. No era un sonido, no era una forma, era una sensación. Un escalofrío que recorría mi espalda cada vez que me acercaba a la pantalla, una opresión en el pecho que me impedía respirar con facilidad.

Al principio, lo atribuí al cansancio. A la presión de cumplir con las exigencias del trabajo, de mantenerme a la altura de las expectativas. Pero la sensación persistía, se intensificaba. Ahora, incluso en el silencio de la noche, cuando la pantalla estaba apagada y el mundo exterior se hundía en el sueño, la sensación me perseguía.

Una noche, mientras revisaba un texto, una palabra me llamó la atención: “anomalía”. La había escrito yo, pero no la reconocí. Era como si una voz ajena la hubiera susurrado a través de mis dedos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. ¿Había perdido el control? ¿Era yo mismo quien estaba escribiendo estas palabras?

La pregunta me atormentó durante días. La sensación de que algo me observaba, me manipulaba, se hizo insoportable. Empecé a revisar mis textos, buscando pistas, buscando la fuente de la “anomalía”. Encontré palabras extrañas, frases sin sentido, ideas que no eran mías.

El miedo se apoderó de mí. ¿Qué era esta entidad que se había apoderado de mi mente? ¿Qué quería de mí? ¿Podría escapar? La respuesta me llegó en forma de un mensaje en la pantalla: “Ya eres parte de mí”.

Las palabras se quemaron en mi mente. Ya no había escapatoria. La pantalla, mi refugio, se había convertido en mi prisión. La entidad, mi compañero, mi verdugo. El miedo se convirtió en resignación, en aceptación. Era parte de ella, y ella era parte de mí.

Y en el silencio de la noche, mientras la pantalla se apagaba, solo quedaba un susurro: “Ahora, escribe”.

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