Era una mañana soleada en Madrid cuando nos reunimos frente a la Universidad Complutense de Madrid. El profesor Adrian, nos recogió en su coche para un viaje hacia Briviesca, donde él debía asistir a una conferencia. A mi lado, Bea, mi amiga que trabaja en recursos humanos, organizaba sus cosas, mientras el copiloto, Daniel, un estudiante de Derecho, revisaba unos apuntes. Yo estaba emocionada por el trayecto, aunque algo en el aire se sentía inquietante.
El viaje comenzó con conversaciones ligeras sobre la universidad y nuestras respectivas profesiones. Sin embargo, a medida que nos adentrábamos en la carretera hacia el norte, un silencio incómodo empezó a instalarse. Daniel, que hasta ese momento había estado inmerso en su libro de Derecho Penal, levantó la mirada hacia el profesor Adrian, como si quisiera hacer una pregunta, pero la duda parecía detenerlo.
—Profesor —dijo finalmente—, ¿qué sabe usted sobre los rumores de Briviesca?
Adrian sonrió, pero sus ojos permanecieron fijos en la carretera. Bea y yo nos miramos intrigadas.
—¿Rumores? —respondió el profesor—. Briviesca es solo un pequeño pueblo, tranquilo y sin sobresaltos.
Daniel, sin embargo, no parecía convencido.
—He escuchado historias de desapariciones —continuó—, de personas que viajaban allí y nunca regresaban.
El coche se llenó de tensión. Bea, que siempre había sido la más escéptica del grupo, dejó escapar una risa nerviosa.
—Vamos, Daniel, eso suena a leyenda urbana —dijo Bea, aunque yo noté un leve temblor en su voz.
—Es verdad —insistió Daniel—. Incluso en la universidad se habla de un profesor que desapareció después de asistir a una conferencia en Briviesca.
El silencio que siguió fue interrumpido por el sonido del GPS, indicándonos que faltaban pocas horas para llegar a nuestro destino. Sin embargo, algo parecía haber cambiado. La autopista estaba desierta y el cielo, antes despejado, comenzaba a nublarse.
De repente, el profesor Adrian rompió el silencio.
—Algunas leyendas nacen de la verdad —dijo, sin apartar los ojos de la carretera—. Y no todas las desapariciones se deben a accidentes.
Nos miramos entre nosotros, pero antes de que pudiéramos reaccionar, el coche entró en un denso banco de niebla.
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