Era un día nublado en Holanda cuando cuatro desconocidos se encontraron en un coche compartido hacia Ámsterdam. La familia García, que viajaba de vacaciones, se acomodó en los asientos traseros, mientras el conductor, un hombre enérgico llamado Hans, los saludó con una sonrisa.
—¡Listos para la aventura! —dijo, mientras arrancaba el motor. En el asiento del copiloto iba Maya, una joven fotógrafa que buscaba inspiración.
A medida que avanzaban por los canales, Hans comenzó a contar historias sobre los lugares que visitarían. Sin embargo, de repente, el coche se detuvo. Una señal de tráfico había aparecido, indicando un desvío hacia un pueblo desconocido.
—Parece que estamos perdidos —murmuró Laura, la madre de los García, con un leve tono de preocupación.
—No hay problema, siempre hay algo interesante en los desvíos —respondió Hans con una sonrisa.
Decidieron continuar y se adentraron en un pequeño pueblo que parecía salido de un cuento. Las casas eran pintorescas y los tulipanes florecían por doquier. Sin embargo, a medida que paseaban, notaron que el lugar estaba desierto.
—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó Tim, el hijo menor, mirando a su alrededor.
De repente, un anciano apareció de la nada, con un sombrero de paja y una mirada sabia.
—Bienvenidos a Tulipania —dijo con voz profunda—. Aquí todos los visitantes tienen un secreto.
Los cuatro se miraron, confundidos.
—¿Qué tipo de secretos? —preguntó Maya, intrigada.
—Cada vez que alguien viene aquí, deja una parte de sí mismo —explicó el anciano—. Y solo podrán irse si descubren su propio misterio.
Con un aire de incertidumbre, la familia y Maya decidieron que debían encontrar sus secretos. Tras un rato explorando, Laura se dio cuenta de que había estado ocultando su deseo de ser artista. Tim descubrió su pasión por la música, mientras que Maya se dio cuenta de que le había dado la espalda a su propia creatividad.
Finalmente, compartieron sus descubrimientos con el anciano, quien sonrió satisfecho.
—Ahora que han encontrado sus verdades, están listos para seguir su camino.
De repente, el coche volvió a funcionar, y todos se subieron. Al mirar hacia atrás, el pueblo parecía desvanecerse como un sueño. El viaje había sido más que un simple paseo; habían encontrado una parte de ellos mismos.
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