El espejo, el Diablo y yo mismo.

El espejo, el Diablo y yo mismo.

Se me ocurrió que sería genial casarme con mi reflejo en el espejo.

– ¡Por favor, no podéis contestarme los dos al mismo tiempo!

    Dijo el párroco cuando estaba oficiando la ceremonia. No sé quién estaba más loco si yo por querer contraer matrimonio con mi reflejo en el espejo o el párroco por prestarse a ello.

    – ¡Bueno, ya está bien! ¡No voy a continuar la ceremonia así! Que te case con tu reflejo en el espejo cualquier otra congregación que no sea la mía.

      Del espejo salió mi brazo, su brazo, invadiendo mi espacio, el de este lado de la realidad, y señalando al párroco dijo:

      – ¡Arderás en el infierno! Si sales por esa puerta sin habernos casado, morirás.

      – ¿Veis cómo no era tan difícil que hablarais de uno en uno? – Dijo el párroco. – Vamos a intentar repetir los votos. A ver si esta vez lo hacemos bien.

        Me entregué a él en cuerpo y alma, a sabiendas de que me llevaría a ese lugar al otro lado de la realidad, donde todo es exactamente igual a este lado y tan desconocido para mí.

        – ¿Vamos, algún día, a poder consumar lo nuestro? – Le pregunté ahogándome en el deseo.

        – Piensa que esa mano con la que te tocas también es mi mano. Piensa que ese dedo que te metes también es mi dedo.

          Podía ver en el espejo cómo se metía el dedo corazón de su mano derecha en la boca, y en la mía noté un ligero sabor a mierda, a mi mierda.

          – ¿Habría alguna forma de que pudiéramos tocarnos, sentir nuestros cuerpos abrazados, nuestros miembros entrelazados? ¿La habría?

          – Tal vez haciendo un pacto con el Diablo él nos pueda ayudar.

          – Estoy dispuesto a todo, incluso a morir, si con ello puedo estar una sola vez tan cerca y tan lejos de ti a un mismo tiempo.

          – ¡Rompe el espejo! ¡Rómpelo con toda la violencia que puedas!

            Cogí la lámpara de pie y estrellé su pesada base contra él, al mismo tiempo que mi reflejo al otro lado hacía lo mismo.

            Nunca más le volví a ver. Al otro lado no había nada ni nadie. Pero todas las noches me asalta el recuerdo de cuando estuve con él, como si lo hubiéramos vivido, como si mi cuerpo hubiese conocido los placeres del suyo, y mi memoria los reprodujera una y otra vez para morir en la ausencia total de ese deseo que hacía que me consumiera en los infiernos.

            Ahora lo tengo claro. Le vendimos nuestras almas al Diablo y a cambio sucumbimos a sus infiernos mucho antes de habernos conocido, en un tiempo en el que cuando me miraba en el espejo tan solo me veía a mí.

            FIN

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            Derechos de Autor: Raúl Cebrecos Tamayo

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