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Había una vez un orgulloso sapo que saltaba sin cesar en un pantano. Un caluroso día de verano se levantó sobresaltado y decidió salir del pantano y largarse a recorrer caminos y vivir nuevas aventuras. Además, ya estaba cansado de su fría y verde piel. Quería experimentar otra forma de vida. Deseaba y pedía con fervor que alguna divinidad le escuchará y le transformara.
En un viraje mágico del destino a medida que caminaba y se alejaba de su pantano, él se iba transformando en un hombre de rasgos agraciados, caminar erguido, elegante. Se percató también, que al abrir su boca no croaba. Salían palabras…oh!! Milagro.
Caminó, caminó tanto que el cansancio le venció y se quedó dormido a un lado del camino. No sabe cuántas horas pasaron y una suave brisa marina acarició su rostro y lo fue despertando poco a poco de su letargo.
Justo por ese camino paseaba una pequeña princesa que iba canturreando una canción, ella algo distraída. Dejándose llevar por el sonido de las olas del mar, por la luz intensa del brillante sol. Pasó muy cerca del bello durmiente. Sin percatarse que él yacia allí un poco adormilado. Y, la estela de su perfume de jazmín embriagó al transformado sapo. Despertó completamente. Y aspiró esa dulce fragancia. Y como halado por una fuerza superior se levantó y corrió tras la princesa. La siguió hasta su castillo.
Desde ese día esperaba que saliera a su paseo por la playa. Hasta que un buen día se armó de valor y se le acercó, se animó… le habló. Fue magia pura, amor en esa primera mirada. Y, desde ese día nunca más se separaron. Vivieron un lindo noviazgo, hermoso matrimonio.
Los inicios bien, eran felices. Con el correr de los años ella sintió un frío en su ser, que recorría también cada centímetro de su casa. La relación se fue enfriando, poco a poco iba muriendo.
La princesa trató de salvar su matrimonio por todos los medios a su alcance. Su esfuerzo en vano, porque él si en su exterior era un hombre. Lamentablemente por dentro seguía siendo un sapo. Ella en casa buscaba desesperada al hombre del que se enamoró. En cambio, lo que veía era un sapo saltando, croando por los rincones. La magia había desaparecido, solamente había un sapo.
Un buen día con lágrimas amargas en sus ojos, decidió poner fin a este sin sentido. Tomó una caja e introdujo al sapo en ella. Salió de casa con esa carga y enfiló su camino hacia el pantano. Lo miró por última vez buscando en esos profundos ojos negros al hombre del que se enamoró. Guardaba aún un pequeño destello de luz, de esperanza de encontrarlo. ¿Era posible que estuviera por allí atrapado, escondido, secuestrado? No, en esa profundidad yacia la oscuridad. El hombre nunca existiò. Entonces, lo dejó salir, escapar. Que regresará a su estado y hábitat natural, regresarlo a su esencia.
La que siempre fue verdad era la princesa. Llena de bondad, de amor que almacena en su corazón. De sonrisa franca, a flor de labios. Ella nunca fue un espejismo, un hechizo. Sí no toda una realidad.
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Un día de lluvia sin querer tropezó con otro sapo. Lo miró y tenía unos profundos ojos verdes (algo raro, se preguntò ella). Era un tanto extraño y tenía una patita lastimada, lo tomó y envolvió en una toalla y lo llevó a casa para curarlo.
Lo cuidó con esmero y al ver que estaba curado de su patita le dió un dulce beso en la frente. De repente una luz violeta empezò a dar giros como un torbellino alrededor del sapo y lo cubrió completamente. Ella se alejó asustada. Al término de unos minutos el sapo empezó a crecer y a transformarse en un atractivo hombre moreno de intensos ojos verdes. El la miró agradecido, había roto el hechizo. El rendido ante ella, le confesó que había sido embrujado y solamente un beso de amor podía regresarlo a su estado original. Devolverle su humanidad.
De tal forma que él y ella estaban destinados a estar juntos para siempre. Y, ambos viajaron al Reino de la Eterna Felicidad donde procrearon varios niños y vivieron felices el resto de sus días.
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