Me ha resultado siempre verdaderamente difícil entender por qué me incomoda tanto la vida y me repele tanto el mundo. Tengo claro que la belleza está por doquier, al igual que la bondad. Sé que hay gente que me quiere, y que quiero también, y que, en realidad, todo aquello que me preocupa es realmente insignificante. Aun así me rebusco la forma para ignorar esto que tengo claro. Es un ejercicio intelectual mecánico, que lógico o no, me sienta tan bien. Me resulta cómodo sentirme incómodo y me atrae lo repelente, curiosamente.
Quizás se deba a traumas de la infancia, o quizás sea una simple predisposición de carácter biológico. O tal vez tenga que ver más con mi condicionamiento. En realidad eso poco importa. Lo cierto es que, ahora que he decidido que una vida de perpetuo sufrimiento no es lo que quiero, he empezado a entender y valorar más mi inconformidad con la realidad, y a esclarecer un poco a qué se debe. Y si bien no tengo del todo claras las respuestas, sí tengo absoluta certeza que es una verdadera estupidez, gracias a Dios. Pero, por supuesto, hay estupideces que merecen tanto la pena.
Por un lado he llegado a la sobria conclusión (la primera en mucho tiempo), de que la tristeza es la más poderosa de las musas. Y sin duda la más incondicional. No pienso que el arte o los pensamientos más hermosos y profundos puedan venir únicamente de un lugar de melancolía y resignación, pero sí sé que es más probable que lo hagan desde allí. Creo que tiene que ver con la urgencia más que nada. El sufrimiento saca de adentro aquello que lo causa casi involuntariamente. Como vómito. En otras palabras, es más fácil crear desde él.
Por otro lado, y así me avergüence decirlo, la inconformidad, el dolor y la rebeldía que provoca el sufrimiento, llaman la atención de una manera que es imposible para la felicidad. Generan lástima y duda en el observador. Provocan compasión o resentimiento. Y nada es más valioso que estas dos cosas para un alma destrozada y un gran ego. Por eso el sufrimiento tienta tanto. Es una tarea monumental encontrar otra forma para captar la atención de los demás. Y, ¿cuántos no hemos vivido toda una vida por el respeto, admiración o miedo de los hombres, y el deseo o la piedad de las mujeres? Aunque claro, se puede ser interesante, y sin duda alguna se puede ser rebelde, sin estar inconforme todo el tiempo. Pero vaya si es más difícil. Hay que pensar más. Expresar mejor. Sentir de verdad. Y esto me lleva a mi último punto: la comodidad.
Nada es más cómodo que dedicar cada segundo de cada día a estar mal. Cuando no se espera nada de nadie, y nadie espera nada de uno, la vida pasa con tanta facilidad. Pero es que simplemente no vale la pena. Es cierto, y paradójico, que el sufrimiento constante suaviza los inevitables golpes de la vida. Pero también es cierto que el amor resulta imposible, y que la monotonía se hace norma. Nada es más tedioso y aburrido que un hijo de puta deprimido y resignado. Ya ni yo mismo me soportaba.
El caso es que, por supuesto, siempre tuve razón, como era de esperarse, supongo. La vida duele, el mundo espanta, y dejarse vencer es exquisitamente simple. Pero también hay bondad y belleza, claro, y son auténticamente admirables únicamente desde un lugar de aceptación.
Todo aquel que me conoce (que menos mal no son muchos) sabe que jamás aconsejaría a nadie aceptar ninguna opinión o idea, sea cual sea. Pero no aceptar lo verdadero es simple estupidez, y en este caso, no una de las estupideces que merecen la pena. Creo.
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