La historia de Ana

La historia de Ana

M. Parker

14/09/2024

Había un hombre que se llamaba Elcana. Tenía dos mujeres, una se llamaba Ana, la otra, Penina. Esta le había dado hijos, pero Ana, no. 

Ese hombre subía cada año al santuario de Silo para adorar y dar ofrendas a Yavé. 

Un dia Elcana ofreció un sacrificio; dio sus porciones a su mujer Penina y también a sus hijos; a Ana, en cambio, le sirvió doble porción pues era su preferida, a pesar de que Yavé la había vuelto estéril. Su rival la humillaba por esto y no hacia más que aumentar su pena. 

Cada año, cuando ella subía a la casa de Yavé pasaba lo mismo: la otra revivía su pena y Ana se ponía a llorar y no comía más. Elcana su marido le decía: «Ana, ¿por qué lloras, por qué no comes, por qué estás tan triste? ¿No valgo para ti más que diez hijos?»

Ese día, después de que comieron y bebieron en Silo, Ana vino a presentarse ante Yavé mientras el sacerdote Helí estaba sentado en un sillón junto a la puerta del santuario de Yavé. Muy apenada rezó a Yavé sin dejar de llorar; le hizo esta promesa: «Yavé de los ejércitos, mira con bondad la pena de tu sierva y acuérdate de mí. No te olvides de tu sierva, sino que dale un hijito. Lo consagraré a Yavé para el resto de sus días y la navaja no pasará por su cabeza». 

Helí entonces le dijo «Vete en paz, y que el Dios de Israel atienda la oración que acabas de hacerle». Ella respondió «¡Ojalá tu sierva sea siempre bien vista por ti!». Se levantó, comió y su cara tenía otro aspecto. Se levantó muy temprano y después de haberse postrado ante Yavé, emprendieron el viaje de regreso a su casa en Ramá. Elcana tuvo relaciones con su mujer Ana y Yavé se acordó de ella. Cuando se hubo cumplido el plazo, Ana dio a luz a un niño, al qué le puso el nombre de Samuel, pues decía: «Se lo pedí a Yavé». 

Elcana, su marido, subió con toda su familia para ofrecer a Yavé el sacrificio como lo hacía cada año y cumplir su promesa. Ana no subió sino que dijo a su marido: «Cuando el niño deje de mamar, lo llevaré yo misma donde Yavé y se quedará allí para siempre». Elcana le respondió: «Haz como mejor te parezca. Quédate aquí hasta que no le des más pecho, y que Yavé realice lo que acabas de decir». La mujer se quedó, y dio de mamar a su hijo hasta que fue destetado. 

Después que le hubo quitado el pecho, lo hizo subir junto con ella a la casa de Yavé en Silo; llevaba también un toro de tres años, una medida de harina y un cuero de vino. El niño era aún muy pequeño. 

Sacrificaron el toro y le llevaron el niño a Helí. Ana le dijo: «Perdona, señor, tan cierto como que tú vives, señor, que yo soy la mujer que estuvo cerca de ti orándole a Yavé. Yo rezaba por este niño y Yavé me concedió lo que pedía. Yo ahora se lo cedo a Yavé para el resto de sus días». Así fue como se quedo al servicio de Yavé. 


              El cántico de Ana

Entonces Ana pronunció este cántico:

«Mi corazón se alegra con Yavé, llena de fuerza me siento con Yavé; ya puedo responder a quienes me ofendían porque me salvaste, y soy feliz. No hay otro Santo que Yavé, nadie hay fuera de ti ni otra roca fuera de nuestro Dios. Basta de palabras altaneras, no salga más la arrogancia de sus bocas. Yavé es un Dios que todo lo sabe, él es quien pesa las acciones. Se rompe el arco de los poderosos, pero de fuerza se ciñen los débiles. Los satisfechos trabajan por un pan, pero los hambrientos ahora descansan; la que era estéril tiene siete partos, otra, con muchos hijos queda sola; Yavé da muerte y vida, hace bajar al lugar de los muertos y hace que de allí vuelvan. Yavé empobrece y enriquece, El humilla, pero luego levanta. Saca el polvo al pequeño y retira al pobre del estiércol para que se siente entre los grandes y para darle un trono de gloria. De Yavé son la tierra y sus columnas, sobre ellas el mundo se estableció. El guía los pasos de sus fieles, pero los malos desaparecen en las tinieblas: pues no por la fuerza triunfa el hombre. ¡Cuando truena en los cielos el Altísimo, lo que odian a Yavé son aplastados! Yavé manda hasta el confín del mundo: da la fuerza al Rey y hace invencible a su Ungido». Fuente 1 Samuel versículo 1-11.

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