Los cordones de Teo.

Soy como esos personajes de ficción que salen en las películas y lucen radiantes para los espectadores.

Existo porque él me ha creado, para sus fantasías, con su imaginación, entre sus erecciones noctámbulas y sus anhelos más etéreos.

Esta noche bailaré para él, como acostumbra a pedirme antes de dormir. Y en sus sueños volveré a reír, volveré a sucumbir ante los desvelos de sus poluciones nocturnas. Seré la que siempre ocupe su mente, la que le acompañó en su espermaquia, abriéndole las puertas a los placeres prohibidos que se esconden allí donde las sábanas se hacen pliegues sobre sus tiernos pellejos.

– ¿Tú en qué piensas antes de ir a dormir?

– ¿Yo? En motos. Cuando sea mayor quiero tener una. Pero una de verdad, no como esa que me regalaron mis padres cuando era pequeño, que es de plástico y va a baterías.

– ¿No piensas nunca en chicas?

– ¿En chicas? Qué aburrimiento. ¿Y por qué iba a pensar en chicas? A mí lo que me gustan son las motos. Tú y yo subidos cada uno en nuestra moto. Lo prometiste. Que cuando tuviéramos motos nos íbamos de casa los dos solos.

– Prometido. Pues yo pienso en chicas. En una chica.

– ¿La conozco? ¿Es del cole?

– No la he visto nunca.

– ¿Y solo piensas en una o en muchas? ¿No hay chicos? ¿Salgo yo?

– No. En una. En una. Es siempre la misma. ¿Tú no te has despertado alguna vez mojado? ¿No te ha pasado nunca?

– Ya hace mucho que no me meo.

– No digo eso. ¿A ti no te escupe?

– No sé lo que es eso. ¿Me lo enseñas?

– Eso no se enseña.

    Otra noche más frente al niño que me trajo hasta la puerta de sus más oscuras perversiones. He sido fantasía en las mentes de los más variopintos personajes, pero nunca había sido desnudada por las calenturas de un niño que aún no es hombre. Él me hace cosas de niños. Quiso que jugara a las canicas para ahondar con su nariz en mi culo mientras me agachaba cerca del “guá”. Hacía que me tumbara en el suelo boca arriba para guiar sus cochecitos de plástico sobre las dos colinas que dibujan mis senos. Quiere que le lleve a cuchos, para frotar su colita contra mi espalda en cada bote que doy al andar. Juega a poner rodajas de mortadela sobre mi muslo desnudo y las muerde con la boca, dejando marcas de sus dientes en mi piel.

    Desde que estoy con él, no solo soy una fantasía en su mente. Yo también percibo cosas que son nuevas para mí. Como cuando quiere que nos sentemos a comer un polo helado y yo me le meto entero en la boca, pensando en el hombre que algún día llegará a ser. Nunca se me ha puesto la piel de gallina ni erizado el pelo. Nunca hasta que él me llamó para que formara parte de su vida. ¿Puede una fantasía, una invención, una ensoñación enamorarse? Puede que no, pero le quiero.

    – ¡No te lo vas a creer!

    – ¿Qué pasa? ¡Qué fuerte, no!

    – Pero si todavía no te he contado nada. ¿Recuerdas a la chica de la que te hablé en la que pienso? Escucha. La he visto. Va al instituto. Es de verdad. No me la he inventado.

    – Pues qué mayor es.

    – Sueño con ella todos los días. Me lo paso genial. Es de verdad. Tengo que decirle algo. ¿Tú crees que ella querrá ser mi novia?

    – Creo que no. Además, cuando tengamos motos no puede venir. Nos vamos solos, tú y yo. No vienen novias.

    – Pues vaya rollo.

      A veces hay que traspasar los límites. Nadie me arrebatará nunca lo que es mío.

      – Teo. Cuando te dije que pienso en motos también estás tú.

      – Pues bien.

      – Teo. Teo. Teo.

      – Siiiiiiii.

      – Teo. ¿Sabes en qué pienso?

      – ¡En queeeé!

      – Pienso en que tienes un cordón suelto y te le ato.

      – Eso es muy raro.

      – ¿Te acuerdas de lo que me preguntaste el otro día? Pues me ha pasado. Teo, me ha pasado.

        Teo se decidió a decirle algo a la chica que va al instituto. Esa chica es igual que yo, es idéntica. Somos como dos gotas de agua en lo físico. Intelectualmente es una inmadura. Ella no ha tenido que estar con viejos verdes que te hacen cosas horrendas. Ella no ha flotado entre nubes de algodones grises que dan la vuelta por las caras ocultas del universo. ¡Cómo podría ella hacer feliz a Teo! ¡Qué sabrá ella de la vida, del más allá, de las lunas de Júpiter!

        Desde que Teo habla con ella, ya no me llama para formar parte de sus devaneos nocturnos. Ella ha pasado a ocupar mi lugar. Teo la imagina a ella en sus juegos traviesos. Aunque somos iguales, con la que él sueña es con ella. No quiero separarme de él y cada vez le siento más lejos. ¡La odio!

        – Teo. ¿Vamos a tirar piedras al rio?

        – No puedo. He quedado con Erika.

        – ¡Jo! ¡Ya nunca haces nada conmigo! Estás todo el día con Erika.

        – No te enfades. Es que me gusta mucho. Eres mi amigo, pero es que solo hablas de motos. Y no me gusta nada eso de que quieras tocarme los cordones de los zapatos. Eso es una cochinada.

        – Hola, Teo. ¿Nos vamos ya o te vas a quedar con tu amigo?

        – ¡Vamos!

        – Vamos, Teo. Te voy a llevar a un sitio que solo conozco yo.

        – ¿Vamos a jugar al escondite?

        – No, Teo. Te voy a enseñar otras cosas que sé que te van a gustar mucho, y a mí también. Eres un niño muy mono.

          ¡La odio!

          – Debemos hacer algo. Me comprendéis. ¿Verdad? – Les dije a todos.

          – Estamos contigo. Nosotros también nos sentimos desplazados por culpa de Teo.

          – Él es intocable. No quiero que le pase nada. Es mío. Debemos pensar en algo que nos devuelva a la situación inicial. Necesito que Teo me vuelva a llamar para formar parte de sus fantasías. Necesito que juegue conmigo, que eyacule su semen virginal al rozar conmigo, que me retuerza los pezones con las ruedas de sus coches de plástico. Ahora solo sabe soñar con esa zorra de Erika y con las cosas que ella le enseñó.

          – Te comprendemos muy bien. Hace mucho que el amigo de Teo no quiere saber nada de nosotros. Hace tiempo que dejó de querer tenernos cerca de él, en nuestras motos, con nuestras botas sucias de barro, de polvo, de agua de lluvia. No nos dio tiempo a mostrarle qué era eso del deseo, qué significaba que imaginara nuestros pies pisando el embrague, pateando el suelo, alzando las piernas para montar en nuestras motocicletas. No entendía el significado de habernos reunido a todos formando un círculo en el que él era el centro, en el que él ataba y desataba los cordones de nuestras botas. Hasta que Teo ocupó nuestro lugar y pasó a formar parte de una fantasía mucho más potente, mucho más profunda, muy poderosa. Una fantasía a través de la cual comprendió que no podía vivir lejos de Teo y de eso que él poseía y que le hacía suspirar. El amigo de Teo mataría por poder acariciar los cordones de su calzado fuera de sus fantasías. Sus sábanas mojadas le conducen a la locura, a los infiernos de vivir lejos del olor a cuero y sudor que encierra el calzado de su mejor amigo.

            Infiernos hay miles.

            – ¡Jo! ¡Qué pesado!

            – ¡Por favor, Teo! Nunca te he pedido nada. Hazme ese favor.

            – ¡No! Eres un anormal.

            – ¡Déjame solo por esta vez!

            – Te he dicho que no.

            – Lo he intentado todo. Ya no puedo más. Me estoy volviendo loco. Tienes que dejarme hacerlo. Te lo pido por favor. Yo quería que nos hubiéramos ido juntos en moto. Me lo prometiste. Tienes que dejarme hacerlo una vez. Pensé que yo te importaba. Te lo pido de rodillas. Déjame, Teo. Sueño con ello todas las noches. No puedo más. Déjame, no mires. Ni te darás cuenta. ¡Po favor! ¡No puedo más!

            – Eres un cerdo. No te voy a dejar hacerlo. Es repugnante. Me voy con Erika. Pero, toma. Este es mi regalo de despedida. Toma mis cordones. Haz con ellos lo que quieras. No quiero volver a verte más. Toma, ahí te los dejo. Cómetelos si quieres.

            – ¡Por favoooor! ¡No me dejes así!

              El amigo de Teo supo por primera vez a qué sabe la muerte, porque todos morimos un poco cuando nos niegan aquello que nos vuelve locos.

              Cogió los cordones de las zapatillas de tenis blancas de Teo y se fue a su rincón. Enroscó uno en su pene como quien enrosca una cuerda en una peonza, y el otro se le metió en la boca, se le pasó por la cara, rodeando su cabeza, su cuello, sus miserias, hasta que explotó en lo que fue la primera y última vez que disfrutó de sus infiernos.

              Fue paciente. Esperó el momento adecuado. Volcó su ira contra aquella que le había arrebatado a su amigo, a Teo, aunque Teo nunca había sido de él ni de nadie. Si acaso mío, en las frías noches de invierno, cuando se cubría con la manta de elefantes grises, cuando todavía era un niño entre niños. Esperó a Erika pacientemente. La esperó y la estranguló con los cordones de Teo, con esos mismos cordones con los que había soñado una y mil veces. Después, volvió a su rincón y se ahorcó con esos mismos cordones a los que había quedado unido de por vida, de esa vida que ya no significaba nada para él.

              Así fue como Teo se quedó solo. Solo para mí, para volver a ser su juguete.

              Pero, aún estando Erika muerta, Teo sueña continuamente con ella, con hacer con ella todas esas cosas que le enseñó y que tanto me gustaría hacer a mí con él. Guardo en mi recuerdo los tiempos pasados en los que me manoseaba con su inocencia, en los que se quedaba durante largo tiempo mirando mis pechos, tocando mis piernas, tirándome de las orejas.

              Buscaré a otro Porque Teo nos enamora a todos, a sus amigos, a las chicas mayores que él, incluso a sus fantasías, a mí. Porque hay individuos que tienen esa facultad, la de ser un milagro entre los milagros, y esos seres están condenados a ser destruidos por los demás, a ser infinitamente tristes, a estar solos con la única compañía de sus fantasías.

              FIN

              __________________________________

              Derechos de Autor: Raúl Cebrecos Tamayo

              Wua, me encanta. Yo sí que quiero ser Teo. Igual ya lo soy un poco. ¿Con qué personaje os identificáis más en esta historia? No sabría deciros. Creo que tengo un poco de cada uno de ellos. Creo que con el que menos me identifico es con el amigo de Teo. Sin embargo, es el personaje que más me atrae, por la complejidad de tener que asumir unos impulsos imposibles de reprimir, por pertenecer a un mundo que nunca llegaría a comprenderle y mucho menos a aceptarle tal cual era, mitad deseo, mitad maldad. Quiero pensar que no era tan malo y fueron esos personajes ficticios creados en su inconsciente los que le indujeron a cometer semejante acto. ¿Hay algo más terrorífico que el hecho de que esos personajes que uno crea en su imaginación cobren vida propia? Precisamente, lo realmente maravilloso de crear personajes para recrear en nuestras mentes todo aquello que deseamos es que esos personajes están sometidos a nuestra voluntad y harán todo lo que les pidamos. ¿Os imagináis que no fuera así? Como si la vida no fuese el único lugar del que querer escapar, tendríamos otro lugar más en el que sufrir nuestras carencias. Cuando nos quiten el ser dueños de nuestras fantasías, no quedará nada.

              URL de esta publicación:

              OPINIONES Y COMENTARIOS