En un reino lejano, donde el invierno había durado demasiado tiempo y los cielos grises parecían no dar tregua, vivía una joven llamada Aria. El reino había sido una vez un lugar lleno de alegría y vida, pero hacía años que las risas se habían apagado. La tristeza se había apoderado de las calles, y las personas caminaban con rostros cansados, como si hubieran olvidado lo que significaba ser feliz.
Aria, sin embargo, era diferente. A pesar de crecer en un entorno tan sombrío, su corazón siempre había sido un refugio de esperanza. Desde pequeña, había aprendido a encontrar pequeños destellos de felicidad en los rincones más inesperados: la suave caricia del viento en su rostro, el canto de un pájaro perdido en el frío, o el brillo de una estrella entre las nubes.
Un día, mientras exploraba los antiguos bosques que rodeaban su hogar, encontró un viejo y olvidado árbol. Sus ramas estaban desnudas y su corteza agrietada, pero Aria sintió que ese árbol escondía algo especial. Al acercarse, descubrió una pequeña caja de madera enraizada entre las raíces. Con delicadeza, la abrió y dentro encontró una flauta antigua, adornada con símbolos que no comprendía. Al sostenerla, una suave vibración recorrió su cuerpo, y sin saber por qué, supo que esa flauta tenía un poder único: podía despertar la alegría perdida.
Decidida a cambiar el destino de su reino, Aria llevó la flauta de vuelta a su pueblo y, esa misma noche, subió al campanario más alto para tocarla. Las primeras notas que emergieron fueron suaves y delicadas, como si estuvieran explorando el aire por primera vez. Pero a medida que Aria tocaba, las notas se hicieron más claras, más vibrantes, y algo increíble comenzó a suceder.
El sonido de la flauta no solo llenó el aire, sino que tocó los corazones de todos en el reino. Los habitantes, acostumbrados al silencio y la tristeza, comenzaron a sentir algo que no habían sentido en mucho tiempo: una chispa de felicidad. Al principio, fue solo un leve cosquilleo, una sensación de calidez en el pecho. Pero pronto, las sonrisas comenzaron a aparecer en los rostros de las personas. Los niños, que nunca habían conocido la alegría, empezaron a correr por las calles, riendo y jugando. Los ancianos, que habían vivido años en melancolía, comenzaron a recordar los buenos tiempos de su juventud.
Con cada nota que Aria tocaba, el mundo alrededor suyo cambiaba. El cielo gris se rompió, dejando que los primeros rayos del sol iluminaran el reino. Las flores, que habían estado marchitas durante tanto tiempo, comenzaron a brotar una vez más. Los ríos, que fluían lentos y apagados, comenzaron a cantar con una melodía propia. Era como si la naturaleza misma respondiera al llamado de la felicidad.
Pero el cambio más grande ocurrió dentro de las personas. Los corazones, antes endurecidos por el sufrimiento y la desesperanza, empezaron a abrirse. Los vecinos, que apenas se hablaban, comenzaron a reunirse en las plazas, compartiendo historias, risas y abrazos. La tristeza, que había sido una compañera constante, fue reemplazada por una sensación de alivio y libertad. Todos entendieron que, por muy dura que hubiera sido la vida hasta entonces, ese día, hoy, tocaba ser feliz.
Aria, viendo el impacto de su música, supo que había cumplido con su misión. Pero en lugar de detenerse, decidió seguir tocando, porque comprendió que la felicidad no era algo que se encontraba solo una vez. Era algo que había que cultivar todos los días, en los momentos grandes y pequeños. Así que, con su flauta mágica, continuó recorriendo el reino, llevando su música a los rincones más olvidados, a las personas más tristes, recordándoles que siempre, incluso en los momentos más oscuros, hay un motivo para sonreír.
Con el tiempo, el reino volvió a ser el lugar vibrante y lleno de vida que había sido antes. Las canciones de Aria se convirtieron en leyenda, pero lo más importante fue que su mensaje permaneció en los corazones de todos: la felicidad está dentro de cada uno, esperando ser despertada, y cada día es una nueva oportunidad para abrazarla.
Desde entonces, cada vez que alguien tocaba una melodía o escuchaba una risa, sabían que era un eco de la flauta mágica de Aria, recordándoles que, sin importar lo que pasara, hoy siempre sería un buen día para ser feliz.
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