Calles de fuego y sombra, en las que el oro es tirano, se elevan fervientes los gritos de los desposeídos, en un canto profano. El liberalismo salvaje, con su mano impiadosa, engulle complaciente las almas y sueños, enfundidos en una orgía macabra.
Los opulentos, en sus palacios de cristal y acero, contemplan el mundo como un juego pérfido, donde los cuerpos se amontonan, sin rostros ni nombres, sacrificados en el altar del negocio y el desprecio.
En las avenidas de la desesperanza, los murmullos se convierte en estrépitos de pasión, un eco de rectitud que resuena en los abismos de los últimos tiempos. El pueblo, con su voz múltiple y ancestral, desafía al opresor, buscando la luz en el desconcierto.
No más cadenas, no más sacrificios inútiles, que el grito resuene con fuego. Ya no más esclavos de la supremacía, que la dignidad sea la norma, que la igualdad no sea un sueño lejano, sino una realidad tangible del cual los oprimidos puedan saborear.
OPINIONES Y COMENTARIOS