Sombra viviente despojada de un alma inventada, recorre las empedradas calles. Es un sutil habitante desconocido en la ciudad. Se oyen sus pasos cansados.

Nadie sabe como llegó, los más osados vociferan que apareció cabalgando en un atardecer de fuego y fue Atrapado por el pueblo perdido. Nadie sabe su nombre. Es más doloroso un desprecio que la herida de un puñal.  Llegó una tarde y con los pocos dientes que le quedan sonríe al cielo. Pálido y demacrado. Aún sabe cantar. No es de aquí ni es de allá. Solo saben que el cielo le regaló migajas de felicidad. Y aunque parece un espíritu con su mirada perdida descubrió la Libertad. Errante y justiciero olvidó llorar y sigue vigilante viendo pasar las manadas de triunfadores de saco y corbata, esclavos de la modernidad y llorando en el calabozo de la rutina.

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