La luz natural de la soleada mañana penetró en los ojos de Gabriela. Unos tempranos y recios rayos de sol habían traspasados los finos tejidos de la cortina de su habitación. La bulla de la calle indicaba que despertaba tarde; la flojera aprovechaba la oportunidad, nadie había tocado su puerta, estaba sola en casa. Gabriela, acostada con intención de continuar durmiendo, dio la espalda a los rayos de sol, y se acurrucó escuchando un rugido en el estómago que no podía ignorar. Sin embargo, el desánimo la envolvía como una manta pesada; la idea de cocinar le parecía un esfuerzo monumental.
Con ojos lagañosos miró a su alrededor y a duras penas se levantó, llegó a la cocina y abrió el refrigerador; lo mantuvo abierto por un minuto, para luego cerrar lentamente: nada para comer de inmediato. Fue a la despensa y encontró harina de trigo, huevos, azúcar y sal. “Podría hacer algo”, pensó; pero la pérfida pereza le llamaba desde la habitación, para mantenerla atada a la cama.
Finalmente, decidió que no podía seguir así. Con un suspiro se levantó y se dirigió a la cocina. Al ver todos los ingredientes se sintió abrumada por el trabajo que le esperaba. Fue entonces cuando recordó su aplicación de inteligencia artificial, que siempre tenía buenas ideas.
Y con un toque en la pantalla, le pidió ayuda para simplificar el proceso. La IA le sugirió una receta rápida: mezclar los ingredientes en un solo tazón y cocinar todo a fuego lento en una sartén con tapa.
Un aroma de pan que llenó la cocina y la combinación de sabores le devolvieron el buen ánimo. Gabriela sonrió al darse cuenta de que no necesitaba complicarse tanto. Siguiendo las instrucciones, en poco tiempo, disfrutó de un delicioso desayuno.
¡A veces, solo se necesita un pequeño empujón!
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