Caminaba, apretando los dientes, me dolía la cabeza, me encontraba en la habitual situación del saldo negativo en la tarjeta del subte, mientras veía como la luna cambiaba, con ese rebote entre las nubes nocturnas. Padecía ya, el desgaste de una suela sobre la otra, en mis botas de cuerina color caoba gastadas.

No había mucho para decir, ¿no? Luego de vomitar toda mi cólera, me quedaba muy poco por liberar, bueno, -con algo hay que rellenar ¿No les parece amigos? ¡Jaja! Me reí, pero al levantar la vista nadie me prestaba atención, ni siquiera el bar tender, que llenaba mi vaso con una mirada desdeñosa.

Mientras miraba mi vaso, que tenía más hielo que whisky, pensaba en todo el tiempo derrochado, en todo el tiempo en el que gasté para agasajar, invertir, depositar, a mi mujer con las módicas excentricidades de este mundo, bueno… exmujer.

– ¿No les parece que tengo razón? Díganme, no les parece que un hombre, uno que lo da todo, paga las cenas en los lugares más lujosos de la ciudad, obsequia las joyas de fantasía más impolutas y así con miles de cosas que no vienen al caso. Entonces… ¿No me merezco ser amado para toda la vida?

Silencio absoluto. -Es hora de cerrar caballero. Me informaba el mozo, con mirada penetrante y paciencia autoimpuesta.

-No me interesa su propuesta. Dije mientras encendía un cigarrillo arrugado con los ojos inyectados en sangre.

-No lo voy a repetir. Habló con total firmeza.

Las luces de neón verdes y rojas hacían disimular la pésima decoración del bar. Por un lado, el televisor mostraba un recital de Miles Davis interpretando “Blue in green” y al unísono, el ruido estridente de copas y mesas siendo atropelladas por la caída de dos cuerpos. Uno era yo, que había respondido ante su petición de no repetir su demanda y el otro era el mozo, que, luego de sentir el calor del roce de mi anillo del dedo anular de la mano izquierda, mientras caía, procedió a agarrarse de mi camisa (que, por cierto, muy poco espacio de agarre ofrecía).

Mientras estaba tendido en el suelo, imposibilitado de levantarme, lo único que pude hacer fue, levantar la mirada y entre tantos puntos borrosos, apareció. Pude verla, distinguirla, mejor dicho, mirándome, entre cerrando los ojos, como quién busca las coincidencias que dan los recuerdos de una rutina idealizada, Intenté conectar mis ojos con los suyos, cómo podía, hasta que alguien la abrazó y procedió a apartarla del tumulto que se acercaba, tumulto de ojos grandes y risas contenidas.

Las luces cambiaron; ahora eran azules y rojas, titilantes. Era otra patética escena de vasos vacíos.

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