Manos con memoria

Manos con memoria

Ese día me despertó un olor familiar. Me levanté con la pereza todavía encima, guiada por aquel aroma sin ser dueña de mis pasos, simplemente persiguiendo un recuerdo lejano. Desde el marco de la puerta vi a mi madre y a sus grandes manos limpiando los restos de harina que quedaba en la encimera. Me quedé observando mi niñez, todas esas mañanas en las que amasábamos juntas esa mezcla de harina, agua, levadura y sal. Entonces no lo sabía, pero era un momento mágico. Supongo que el recuerdo tiene el poder de ver un instante a través de un velo que borra lo temprano que teníamos que levantarnos para tener los panes listos, los brazos cansados de amasar o el sueño que tenía en clase debido a los madrugones. Todo eso no lo ves cuando recuerdas. Te quedas con el tiempo que compartías con tu madre, el olor a pan recién hecho y las tostadas de aquel manjar que no has vuelto a probar desde aquellos años. Mientras estaba sonriendo por tener a mi madre por fin de vuelta, ella me miró y preguntó:

—¿Quién es usted?

No pude evitar sentir decepción ante la pregunta. Pensaba que había recuperado a mi madre, aunque fuera unos minutos. Pero supongo que las manos tienen más memoria que la cabeza.

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