La nieve se filtraba desde la rendija de la maltrecha ventana. La cabaña estaba fría y el temporal arreciaba fuera, el bramar del viento parecía invocar espíritus destructores que con sus lamentos intimidaron al flemático ocupante del triste lugar.
Sabía que era solo el vendaval, y no se caracterizaba por ser sugestionable. Las voces que parecían ser arrastradas desde el inframundo por la ventisca, estaba seguro que más bien habitaban dentro de su cabeza y no afuera. El mal clima y la soledad tenían esa peculiaridad, podían atraer recuerdos sombríos o traer a la conciencia a personas que ya no existían y que se marcharon sintiendo que se les debía algo. “Después de la tormenta siempre viene la calma”, se recordó a sí mismo. Esta frase le ayudaba a mantener el control cuando su mente intentaba pasarle juegos psicológicos. Solo sería una noche, luego de eso el sol aparecería de nuevo y él podría marcharse, campante y con la tranquilidad de un trabajo bien terminado, para volver a su impasible vida de citadino. Al menos había encontrado aquel lugar mientras bajaba la montaña, la imprevista tormenta, había cambiado sus planes, pero unas horas más no es que hicieran una gran diferencia.
Seguía helando. El tiempo se ralentizaba cada vez más a medida que el clima no mejoraba. Al principio, encender fuego era una opción que no quiso tomar, unas horas más tarde, ya no le importaba la luz que pudiera filtrar aquel posible y necesario calor, pero no había leña en el interior y no estaba seguro de querer salir afuera por ella, ni siquiera sabía si esa leña aún estaría seca.
Cuando su cuerpo comenzó a estremecerse con más fuerza y a sentir rigidez en manos y piernas, supo que no le quedaba de otra que salir a luchar con la bestia que silbaba en la oscuridad, para poder encender la chimenea y abrigar aquel cubo de hielo en el que se estaba convirtiendo aquel sucio cobertizo que suponía la cabaña. <<Qué imprevisto más lamentable>>, pensó, él que ya se sentía tan feliz de otra misión cumplida y que retornaba tan tranquilo y triunfante venirle a pasar este percance, pero así era la vida y él lo sabía mejor que nadie; pues para los objetivos de sus misiones, también él había sido un imprevisto que había truncado expectativas y futuros muchas veces.
Apenas abrió la puerta el viento rugió con gran poder metiendo dentro una oleada de nieve y aire frío que le congeló los huesos y las entrañas por un momento. La visibilidad era casi nula y las partes descubiertas de su rostro y manos se sentían como un muñeco vudú atravesado por mil agujas. Respiró con dificultad, sintiendo que el aire era hielo al aspirarlo, rodeó el lugar para intentar encontrar algún posible leñero, pero no había madera disponible cerca. Por primera vez en todo el día se sintió frustrado. Regresó a la puerta, y en la oscuridad intentó fijar su vista en la arboleda para calcular la distancia y el tiempo que le tomaría ir y volver. No era muchos los metros que lo distanciaban desde donde iniciaba el bosque, pero tampoco era que tuviera los elementos necesarios para cortar rápidamente algunas ramas, y con la cantidad de nieve que estaba cayendo era improbable que hallara ramas caídas en el suelo, si lo había ya debían estar bajo el espeso manto blanco que amenazaba con tragarlo todo.
Evaluó las posibilidades en un segundo, en lo que le permitía procesar su atontado cerebro. Los efectos de la hipotermia ya se dejaban sentir en su cuerpo. Si la tormenta continuaba toda la noche y sin calefacción ciertamente moriría, si avanzaba al bosque y no encontraba con qué calentarse o no lograba recoger madera y regresar al destartalado refugio, también moriría. ¡Quién podría pensar que apenas esa misma mañana había sido él quien decidió la suerte de alguien, y como una maldición arrojada sobre su vida por el ahora exánime, se veía a sí mismo en este predicamento que lo acercaba de una manera inusual a confrontarse con su propia posible extinción! Chasqueó la lengua, aventurándose en la oscuridad y apenas un par de pasos la cabaña desapareció de su vista. Un escalofrío le recorrió el cuerpo. Él que no acostumbraba a sentirse inquieto, pero esta vez sus emociones dieron una pequeña voz de alerta dentro suyo.
Apenas llegó a los lindes del bosque la oscuridad se hizo mayor, el rugido del viento entre los árboles, daban aún más la apariencia de voces de ultratumba, aunque ahora se le semejaban más a una marcha fúnebre, un réquiem preparado exclusivamente para él.
Intentó buscar madera por el suelo, ramas rotas, lo que fuera, pero la capa de nieve lo cubría todo, incluso al pisar sentía sus pies hundirse como si el ambiente quisiera devorarlo para arrojarlo al inframundo al cual él había enviado a muchos.
Con pasos vacilantes se adentró un poco más en el bosque, el aire frío quemaba a ratos sus pulmones, la bruma blanca cubría todo como una estela fantasmal, tuvo miedo.
A poco andar quiso regresar, pero había perdido por completo la orientación del terreno, solo había árboles y nieve a su alrededor, un viento ensordecedor y bruma blanca que lo cubría todo. Empezó a sentir sueño, su cuerpo cada vez más rígido.
Siempre pensó que su muerte sería por venganza, aunque después de tantos años de oficio, era una preocupación menor. No es que fuera el más inteligente o el más astuto, pero tenía una habilidad adquirida para hacer parecer las muertes ajenas como trágicos accidentes fortuitos que no solían levantar demasiadas sospechas, esa era su línea de trabajo.
Pensó en su último cliente: lo poco que sabía de aquel, era que tenía el dinero suficiente para contratar sus servicios y un odio desmedido por quién fuera el último objetivo cumplido hace menos de veinticuatro horas. Su anónimo cliente ahora debía estar durmiendo en la calidez de su hogar, seguro que la mañana llegaría sin la presencia de quién detestó por años, en contraparte, la víctima era posible que aún estuviera enterrada bajo una gran capa de nieve junto a la hermosa casona a mitad de la montaña, a menos de un kilómetro de distancia desde donde se encontraba, era probable que no fuera hallado en días, tal vez ocurriría lo mismo si moría en aquella arboleda, incluso más podría suceder que su cuerpo no fuera hallado hasta que llegase la primavera.
La respiración se le hacía dificultosa, sentía agujas en su cuerpo y el sopor le volvía brumosas las ideas. Cayó rígido sobre la nieve, se acomodó junto al tronco de un árbol, mientras seguía divagando en la medida que le era posible. Recordó cómo empezó en el negocio de provocar accidentes “fortuitos” para fortuna de los adversarios de las victimas; fue pura casualidad, mató a alguien por accidente y recibió una gran recompensa por ello, luego aquel lo recomendó a un conocido suyo y así su fama fue creciendo y su redituable “emprendimiento” también. De eso ya habían pasado más de ocho años, años bastante productivos, por cierto, en donde su economía había crecido exponencialmente, logrando darse una vida con comodidades que nunca pensó llegar a tener, aun así había aprendido a ser una persona reservada y de bajo perfil, que le permitiera pasar desapercibido y no ser vinculado de manera alguna con las trágicas muertes que tenía a su haber.
Lo que más le frustraba en este momento era saber que iba a morir de manera tan absurda, entendía los riesgos de su trabajo, pero morir por una tormenta imprevista, justo después de una misión, eso sí que no lo vio venir, ni siquiera lograría disfrutar del pago de este último trabajo, este pensamiento le causaba incluso algo de ira, era casi como morir haciendo un trabajo gratis, chasqueó la lengua sintiéndose por primera vez en mucho tiempo desventurado. Ya no había mucho que hacer excepto esperar a que aquel manto blanco lo tragase. No creía mucho en el cielo o el infierno, pero pensó que talvez ahora mismo sus víctimas estarían reuniéndose para esperarlo, no quería que su mente se dejara llevar por esas tormentosas conjeturas, el karma, o lo que sea no era algo que deseaba tener en su vocabulario. Pasaría lo que tenía que pasar y que fuese como fuera. Cerró los ojos e intentando entonar una melodía esperó a la muerte.
A la mañana siguiente la tormenta había amainado, humo se veía salir desde la chimenea del destartalado refugio. En la arboleda el hombre se sacudió un poco la nieve, levantándose desde el suelo, se sorprendió de haber sobrevivido, luego de dormirse en el bosque, caminó hacia el refugio, sin importarle con quien se encontrará, sabía que sería bueno entrar en calor. Se sentía extrañamente en paz.
La cabaña estaba muy cerca, la puerta seguía abierta. Entró y una reunión de numerosas personas le aguardaban, los rostros le eran familiares.
―Te esperábamos desde hace mucho. ―Comentó uno de ellos.
―Te hemos seguido por todas partes. ―Aseguró otro.
―Entonces, ¿estoy muerto? ―preguntó el recién llegado sin inmutarse.
―Esta madrugada. ―Respondió con una sonrisa el primer interlocutor―. Reconozco que tu muerte fue más apacible de lo que esperaba.
―Inesperada y tonta ―agregó otro riendo― al menos para alguien como tú.
―Un accidente fortuito, vaya imprevisto ¿verdad? ―comentó sarcástico alguien más.
Aquella extraña reunión le pareció incluso más inverosímil al hombre, al notar por las expresiones de los rostros de sus víctimas que ninguno de ellos parecía sentir odio o resentimiento por lo que él había hecho, más parecían como si esperaran un camarada.
―Todos hemos hecho cosas de las cuales no nos sentimos orgullosos, todos hemos pagado y pagaremos de alguna manera, todos hemos perdido cosas valiosas, es el precio, cuando el tiempo llega, llega. ―le dijo el primero.
―Solo luego que todo pasa obtienes verdadera consciencia de lo que fue tu vida, solo cuando ya no la tienes, cuando ya no hay vuelta atrás, solo ahí te das cuenta de lo verdaderamente importante y de lo que no…, por eso no hay rencor. ―Hizo una pausa para mencionar esto último.
― ¿No lo hay? ―Repitió la pregunta incrédula.
―No para nosotros, solo nos hiciste despertar, la próxima vez seremos un poco mejor, lo hemos decidido.
― ¿La próxima vez?
―Necesitábamos que lo supieras antes de partir y regresar.
― ¿Regresar a dónde? ―Quiso saber.
―Ya lo verás. ―Comentó enigmático.
Uno por uno se despidieron, dándole una palmadita en el hombro, algunos en silencio otros haciendo algún comentario. Fueron desapareciendo tras la luz que se formó en el umbral, hasta quedarse completamente solo en la cabaña. De pronto todo quedó en silencio y una oscuridad empezó a envolver el lugar, tenía consciencia de que estaba muerto, pero aun así empezó a sentir frío.
No supo cómo, pero de pronto estaba bajo una fría y espesa capa de nieve, se estremeció y sintió morir de nuevo, no supo cuánto tiempo pasó allí, hasta que apareció en el escenario de su penúltima víctima y sintió una vez más los últimos momentos de vida de aquel, y así, hasta que perdió la noción del tiempo y de todo lo demás, sin embargo, cuando llegó el momento de revivir lo que pasó su primera víctima incidental, no vivió lo que aquel había pasado sino que regresó a su departamento, y notó que todo lo que había poseído ya no volvería a ser suyo jamás, se carcajeó al darse cuenta de lo fútil de las cosas y de que sus ambiciones no habían sido más que tristes ilusiones vanas.
Siguió siendo arrastrado a momentos y personas de su pasado, fue obligado a revivir, sentir y padecer cada acción egoísta y errada de su vivir, la lección fue hacerse responsable de cada uno de sus actos, solo entonces pudo entender, su mente se aclaró: Todos estamos interrelacionados.
Nunca supo cuánto tiempo duró aquel proceso, podrían haber sido segundos, días, meses incluso años. Solo que en algún momento un umbral se abrió y una luz lo atrajo hacia sí.
En algún lugar del mundo un bebé nació, en medio de pobreza, guerra y sangre. Sus decisiones del pasado aún le seguían en esta nueva vida. Mientras, en un lejano bosque un esqueleto de un cuerpo ya descompuesto seguía olvidado en un bosque con nieve.
Fin.
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