La naturaleza, incluida la humana, nunca deja de sorprenderme.
Esta pasada madrugada, y tras despertarme en el transcurso de otra mala noche, he observado que mis brazos y piernas estaban cubiertos de unos extraños brotes verdes. Desconcertado ante tal anomalía, y sin poder dar crédito a lo que veían mis ojos he saltado literalmente de la cama, con tal impulso, y tan mala suerte, que mi rostro ha impactado contra el borde de una de las hojas de la ventana que acostumbro a dejar entreabierta para intentar paliar el bochorno de la noche.
Una gota de sangre, después otra, han gravitado desde una de mis cejas para acabar posándose sobre algunas de las ínfimas hojas que ataviaban mi brazo derecho, y cuya mano, asía con fuerza la maneta de la ventana en mi intento por evitar un inminente desplome.
Tras dar un paso atrás y retroceder apenas cuarenta centímetros, los huecos poplíteos de mis rodillas han encontrado la parte lateral de mi camastro. Con un leve impulso, y dejando el resto a la ley de la gravedad, mi cuerpo finalmente se ha desplomado hacia atrás, dando con mi espalda en la superficie más blanda y confortable de la habitación.
Afortunadamente, y pocos minutos después, mi vaído ha ido difuminándose en perfecta retirada, dejándome como único daño colateral una extraño malestar y una evidencia: la innegable metamorfosis acaecida en mi cuerpo.
Sin duda debía tomar cartas en el asunto, pero para eso debía despejar mi mente por completo, ¿y que mejor forma de hacerlo que con una buena ducha de agua fría?
Una vez posicionado sobre el plato de la ducha, una cuestión inesperada ha invadido mi mente… no podía utilizar champú ni cualquier otro producto químico que pudieran perjudicar la integridad de mis nuevos retoños. Así pues, he optado por olvidarme de mejunjes, abriendo de forma progresivamente lenta el grifo y contrastando sobre mi cabeza la presión a la que el agua impactaba sobre ella. No sé porque extraña razón no quería, de momento, exfoliar mi nueva epidermis.
A medida que el agua se apoderaba de mi cuerpo un intenso aroma a tierra mojada insuflaba nuevos aires de vida en mi interior. Quería disfrutar del momento más allá de cualquier apreciación, aunque tampoco, y a muy pesar mío, podía permanecer toda la noche bajo el agua de la ducha.
Dicen que las plantas se pudren por el exceso de agua.
Mi cuerpo, arropado por el mejor y más fresco de los envoltorios, me ha inducido a recostarme de nuevo en mí cama. Por un momento se me ha pasado por la cabeza arrancar, una a una, todas las hojas que cubrían mi piel, pero finalmente he llegado a la conclusión que sería una crueldad inútil, así es que finalmente he optado por jugar alegremente con ellas.
He acariciado sutilmente su frescura con las yemas de mis dedos. Les he soplado para que bailaran. Su brillo y su vivosidad me tenían ensimismado.
Tras un par de horas disfrutando de la más amena de las distracciones, he observado atónito, como una flor blanca emergía de la parte cubital de mi muñeca izquierda en dirección a mi mano. Poco a poco, y acompañando su lento avanzar, he ido curvando la palma de mi mano, intentando coordinar nuestros movimientos para acomodarla y no causarle ninguna molestia.
Finalmente me he dormido envuelto en una gran paz.
OPINIONES Y COMENTARIOS